Mario Camus presenta en la Seminci «El prado de las estrellas»
FÉLIX IGLESIASVALLADOLID. La LII Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) acogió ayer la segunda de las tres candidatas españolas a la Espiga de Oro. Tras la proyección de «Oviedo
FÉLIX IGLESIAS
VALLADOLID. La LII Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) acogió ayer la segunda de las tres candidatas españolas a la Espiga de Oro. Tras la proyección de «Oviedo Express», de Gonzalo Suárez, ayer se pudo ver la nueva película de Mario Camus, ... que lleva por título «El prado de las estrellas». Si el primero se tomó a guasa su propia trayectoria, logrando una obra interesante, el realizador cántabro se toma demasiado en serio. Con guión propio, la nueva propuesta del realizador de «Los santos inocentes» oscila entre los recuerdos que un prado alienta en la memoria de Alfonso (Álvaro de Luna), un jubilado que visita en una residencia de ancianos a la mujer que le cuidó de niño, y las peripecias insustanciales de varios personajes, desde una promesa del ciclismo que busca una meta a una enfermera que constantemente huye. El filme es un catálogo de situaciones apenas hiladas, diálogos impostados, actuaciones acartonadas, donde cada escena es un ejercicio académico huero. En definitiva, una película sin la sustancia con la que hacer un caldo cinematográfico mínimamente respetuoso con la inteligencia del espectador, al que se trata de adoctrinar sin contemplaciones.
Tampoco entusiasma «El vuelo del globo rojo», de Hou Hsiao Hsien, un particularísimo homenaje de «El globo rojo» (1956), de Albert Lamorisse. Para la ocasión, el director chino cuenta con Juliette Binoche, una madre desbordada por el trabajo que deja a su hijo, perseguido por la esfera colorada a lo largo ancho de París, en manos de una estudiante china de cine. Sin discurso, pretenciosa en su desmadejamiento y con una delicada música de piano amortiguando las casi dos horas de metraje.
Finalmente, la primera película del austriaco Jacob M. Erwa, «Todas las cosas invisibles», es una cruda sucesión de historias interconectadas que tienen en la violencia -casi de todo tipo- y en los conflictos intergeneracionales sus ejes temáticas. Rodada cámara en mano y con una fotografía que ni en los mejores tiempos del «Dogma», «Todas las cosas invisibles» cierra cualquier posibilidad de escape a la que agarrarse con una fórmula que, aunque valiente, no es plato para todos los gustos, informa J. M. Ayala.
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