Loach se lleva Irak a Liverpool

Siempre hay un momento en el Festival de Cannes en el que no queda más remedio que pillarse los dedos con alguna puerta, y ayer llegó con la ocurrencia de meter de canto (no cabía de otro modo) la película de Ken Loach en la ... competición. «Route Irish» se proyectó cabalgada sobre la coreana «Poetry», de Lee Chang-dong, y al tiempo que la de Olivier Assayas, «Carlos», que afortunadamente se programó fuera de competición, una serie para la televisión (casi seis horas) sobre ese enigmático terrorista y mercenario con nombre de tira cómica. También hubo un hueco en la competición para la primera película del ucraniano Sergei Loznitsa, «My Joy».

Y de lo general, a lo particular: Ken Loach le echa su pizca de sal a la sopa fílmica de la guerra de Irak con una película (en coproducción con España) de intriga bélica y política, en la que se cuentan las pesquisas de un ex militar cuando muere en extrañas circunstancias su amigo, que trabajaba como agente de seguridad de una empresa privada allí en Bagdad. No pierde ni un segundo Loach en establecer el campo: los malos son los que son, aunque el tono dramático se va imponiendo al bélico e incluso al ideológico, y los remordimientos del ex soldado y su propia «suciedad» se vierte por cada sinuosa curva de la trama. Hay un cierto uso obsceno del material de archivo, con imágenes de niños destrozados por la guerra, y una reflexión global demasiado obvia sobre causas y efectos, pero en general la intriga mantiene el nervio hasta un desenlace envuelto y con lacito.

La coreana «Poetry» tenía un mucho mejor armazón, y además con una actriz que le va a complicar algo las cosas a Juliette Binoche y su casi ganado premio de interpretación con la película de Kiarostami. Se llama Yun Junghee y es una legendaria actriz coreana ya retirada y que vuelve para interpretar a una peculiar abuela que se viste poco menos que como Mary Poppins y que busca la poesía pero no encuentra más que miseria y porquería a su alrededor, empezando por su propio nieto quinceañero, con tantas luces como el cuarto oscuro de un fotógrafo y un buen aspirante a tarado. Lee Chang-dong, el director, mezcla con sabiduría esos dos humores, el de la búsqueda de lo bello para construir poesía y del encuentro con lo más rastrero y miserable del ser humano mediante el drama de una chiquilla que se suicida porque era sistemáticamente violada en el colegio de su nieto. Poesía de pie quebrado.

En cuanto a la ucraniana «My Joy», era tan difícil de seguir como la mano de un trilero: tras un arranque de camión y camionero, va hilando historias por la dispar geografía de Ucrania con la intención, al parecer, de ofrecernos un fresco de la realidad actual de su país. Y aunque uno no se entere de casi nada, lo que queda claro es que la realidad social de allí no da como para ir corriendo de vacaciones.

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