Iracundas malas calles

Iracundas malas calles

Aparte de los buenos pastos, la simpatía cervecera y U2, algo más une a España e Irlanda (o las Islas Británicas en general): el temblor de canillas cuando acometen sus respectivos «conflictos» en la gran pantalla. Y para evitar mojarse, que nunca está el horno ... para bollos, nada mejor que explorar la dual figura del infiltrado, ese perrillo faldero del hortelano que ni come ni deja, ni dispara en la nuca ni se chiva con la boca grande. Recuérdese lo bien que le fue a Eduardo Noriega en «El lobo», aunque en realidad este filme hunde sus raíces en «El delator», de John Ford, que tampoco es mal listón al que arrimarse.

Y, sin ser Daniel Day-Lewis y aunque el retrato de su personaje flaquee sobre todo al principio (no queda claro si lo suyo es vocación, provocación, rebeldía o picaresca cervantina), Jim Sturgess consigue contagiar el ruido y la furia de su agente doble incrustado en la cochiquera del IRA en los salvajes 80, con las calles de Belfast saltando a la mínima, como se muestra en unas potentes secuencias con el cuchillo molotov entre los dientes.

Una tendencia al telegrafiado, principalmente en la acera hogareña y sentimental del héroe, amenaza con empañar un filme dotado de buen nervio, renglones derechitos aunque con caligrafía de cardiólogo, y que no juega demasiado al ratón y gato con el espectador, cosa siempre de agradecer (véase esa significativa línea de diálogo: «Eres irlandés, naciste con una opinión»). Aunque, tal vez, los mejores logros de la cinta sean conseguir no echar en falta una voz en off scorsesiana y aplacar las ganas de arrancarle el peluquín que le han endiñado al gran Ben Kingsley.

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