actualidad
Críticas de los estrenos del viernes 13
«El dictador», «Elefante blanco», «Lobos de Arga» y «Qué esperar cuando estás esperando», novedades de la cartelera

«EL DICTADOR» ***
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Sacha Baron Cohen es a la ficción documental, y en flaco, lo que Michael Moore al documental de ficción: un tocapelotas gracioso. Y cuando entra él, lo mejor es estar en otra parte. En «El dictador» hace un análisis (de orina) sobre la geopolítica en el que desmenuza a base de clichés distorsionados y a veces brillante la realidad de gobiernos y regímenes de aquí y de allá, y se monda (o te mondas) de la ética estadounidense, de la primavera árabe, de la grasa del pensamiento progre y de la alianza de civilizaciones.
Baron Cohen es un misil, un torpedo, que se lleva por delante cualquier atisbo de corrección política o moral, de tal modo que no habrá un solo espectador en el mundo que no se sienta «agredido» al menos media docena de veces por su batería de chistes, gracias, irreverencias y zafiedades, las cuales (y aunque sea medio a escondidas) le liberarán de esa risa de hiena que todo el mundo lleva dentro. Hay tantas escenas fabulosas, tantos puntos de vista insólitos (incluso el de un parto desde su interior), que «El dictador» resulta insultantemente jocosa y brutalmente insólita. La pega es que se le notan mucho los esfuerzos por sacarle todos los ácidos a la comicidad, con lo que se sale de ella al borde de la gastritis.
«LOBOS DE ARGA» ***
O. R. MARCHANTE
Depende un poco de lo complicado que sea uno y sus circunstancias, pero si uno es fácil de conformar, como Clint Eastwood, puede decir aquello de: «alégrame el día, Juan Martínez Moreno». Martínez Moreno es el director de «Lobos de Arga», una película que se parece, en mejor, a aquellas de Abbott y Costello en las que el miedo de ellos te mataba de risa. Lo de menos es el argumento, y también el género (entre el terror y la trastada cómica), y mucho menos aún el presupuesto (se le ven las costuras, pero también tienen su gracia)...
Lo demás es que te vuelve del revés con el frescor mentolado de sus actores (alguien verá, tal vez, alcanfor) y sus ocurrencias. La pareja Carlos Areces, Secun de la Rosa es para colgarla, en el buen sentido, en una pared del Thyssen, y mejorada aún por la impresionante cara de pagafantas de Gorka Otxoa... Todo es gracioso en «Lobos de Arga», incluso lo que no tiene gracia, como la Guardia Civil o la zoofilia.
«ELEFANTE BLANCO» ***
O. R. MARCHANTE
El director argentino Pablo Trapero construye su película sobre la rima de contrarios y sobre el cartílago entre disyuntivas: lo social, lo personal, la fe, la inseguridad, la violencia, la conciliación, el compromiso, la dispensa, lo divino y lo humano. Es un canto a lo colectivo situado en el lugar propicio, una villa de Buenos Aires donde la pobreza y la marginalidad obliga a un trabajo hercúleo al trío protagonista, dos sacerdotes y una colaboradora social (Ricardo Darín, Jérémie Renier y Martina Gusman).
Trapero exprime sin esfuerzo todo lo que ese terreno de lo social le proporciona y levanta una película creíble, realista, cercana y que conecta con facilidad mediante un plano general admirable. Le cuesta más mantener a la misma altura los planos cortos, los conflictos individuales, el evidente relleno de ficción donde lo visceral acorrala a lo razonado o lo verosímil. Como si le sacara punta al lápiz para darle tono melodramático a lo que se merece ser trágico; al lápiz, y a la música de Michael Nyman. Los tres protagonistas están bien, y en especial Darín, que lleva la sotana como si hubiera nacido con ella; aunque el segundo plano de interpretaciones, todas con aire de espontaneidad y falta de cálculo, es lo que le proporciona a «Elefante blanco» ese paisaje colectivo que la hace especial.
«QUÉ ESPERAR CUANDO ESTÁS ESPERANDO» *
J. CORTIJO
Escribiendo sobre esta película, un colega estadounidense (se supone que más familiarizado que nosotros con el casi mítico libro en el que se inspira) tituló su crítica con un directo y escueto aldabonazo: «Aborto». Sin llegar a tanto (aquí somos más finos y más católicos), el último largometraje de Kirk Jones -qué lejos los tiempos de su fetén debut «Despertando a Ned»- sí que puede obrar como perfecta apología del uso del preservativo. O, incluso, revalorizar ancestros ibéricos como «Crónica de nueve meses» y hasta «El insólito embarazo de los Martínez».
Porque, ¿quién es más grotesco, Saza en estado de buena esperanza o una Brooklyn Decker que parece ilustrar el viejo chiste de la flaca que se tragó el hueso de una aceituna? La acumulación de tópicos, arquetipos, contracciones y gags con fórceps de este puñadito de viñetas sobre aceleradas embarazadas y atontolinados padres merecería un estudio clínico, más que sociológico (su presunta pretensión). Todo, regado por un humor blanco, y de blancos, que se despeña cuando Chris Rock asume el contrapunto cómico con un papel calcado al de «Niños grandes», otro «peliculón». Tampoco en los casos más dramáticos, Lopez o Kendrick logran sacar lustre al material. Y, de remate, ni siquiera (re)anima la cosa alguna picardía sobre vida sexual prenatal, aparte de ver a Cameron Diaz devorar con ansia un plátano. En fin, ahí va otro titular alternativo: «Vasectomía».
«LOS NOMBRES DEL AMOR» ***
A. WEINRICHTER
Llega con retraso pero vale la pena: una genuina comedia francesa, con acento en los dos términos. De francesa tiene la forma, más discursiva que física, en que aborda un tema habitual por otra parte en una sociedad multirracial como la americana: la relación entre una mujer de origen argelino y un hijo de madre judía. Y de comedia tiene, aparte de ser muy divertida, la forma en que revitaliza convenciones del género siempre al borde del tópico si no se manejan con convicción: la figura femenina (una torrencial Sara Forestier) como formidable antagonista del apocado protagonista, o la hilarante «cena con los suegros», llena de incorreción política. Y entre risas y enredos la película arroja alguna reflexión de calado sobre esa cuestión tan europea de la identidad nacional y personal, a través del sonoro izquierdismo de ella y de la vergonzosa asunción por parte de él de su condición de «alien».
«EL PACTO» *
J. C.
El entrañable sobrino de Coppola vuelve a su carril preferido, el thriller «naranja sobre negro» (el cartel, como el algodón, no engaña), a trompicones y a galope descabezado, como un contraataque de los Bobcats. E incluso autocitándose (ventajas de rodar cualquier cosa que se le ponga a tiro, para solaz de su agente), pues esta peliculilla remite en el fondo a «Bajo amenaza», y en la brisa «nuevaorleansiana» a «Teniente corrupto». Todo un género en sí mismo este Nicolas.
Lo peor es que, en su loca huida hacia adelante, arrastra a otro cineasta a ratos solvente como Roger Donaldson («Trece días», «Burt Munro»), obligado a sujetar la batuta de una historia presuntamente retorcida (un tipo corrientucho contrata al líder de una secta de justicieros para vengar la agresión brutal, e impune, que sufre su esposa) pero en la que desde el principio sabemos quién morirá en el tercer acto y quién sujetará el arma del crimen.
¿Qué más da que en la cara de January Jones no quede ni una marca de tan reciente palizón? ¿Importa acaso que un vulgar profesor de instituto parezca un cruce entre Jason Bourne y Bruce Lee de un día para otro? Esto es la «dimensión Cage», un circo con entidad y peinado a años-luz de la lógica. Relájense y disfruten. Bueno, mejor echen una siestecita.
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