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Críticas de los estrenos del 11 de octubre
«Lo imposible», «Frankenweenie» y «Cosmopolis», novedades destacadas de la cartelera
Críticas de los estrenos del 11 de octubre
«LO IMPOSIBLE» ***
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
La musculosa película de Juan Antonio Bayona es uno de los mejores ejemplos de lo que puede dar de sí el cine: de lo mejor y de lo peor. Todo el mundo sabe ya que «Lo imposible» alude al ... hecho real que padeció una familia durante aquel terrible tsunami mientras pasaban unos días de vacaciones en Tailandia, y que contiene en su primera mitad el antes y el durante de aquella catástrofe narrada con una precisión espeluznante y con un aparato técnico y emocional que hace posible, en efecto, lo imposible. Del mismo modo que el documento se doblegaba en veracidad ante la ficción de Spielberg en el desembarco de Normandía, aquí el tejido del cataclismo, la fortaleza del desastre, el horror del tsunami tiene la absoluta calidad de lo real: hay truco, lógicamente, pero no hay resquicio para verlo.
Es, pues, «Lo imposible» una película modélica que te ahoga por completo en la tromba de esa tragedia. A partir de ahí, cuando aquel mundo paradisíaco se convierte en el puro infierno, es cuando Bayona le da la vuelta a su esencia y convierte en imposible lo posible, incluso lo real... Dos líneas narrativas que se cruzan y que, a la vez, se anulan, pues las acciones paralelas con los protagonistas, Naomi Watts y Ewan McGregor, convierten al espectador en el que más sabe de la función (conoce el desenlace) y le impiden bucear hasta el fondo en los sentimientos de pérdida y de búsqueda. Por otra parte, Bayona abusa del subrayado (música, melodrama donde hay tragedia, exceso de interpretación, de representación...), aunque es tal la potencia de los hechos y la conmoción a ambos lados de la pantalla que, aunque molestan el énfasis y los acentos, uno no puede más que entregarse a todo lo mejor de esta película.
«COSMOPOLIS» **
O. R. MARCHANTE
Cronenberg tiene ganada fama de explorador, y con ella se ha dirigido obsesivamente hacia los rincones más oscuros del ser humano o de su sociedad, y siempre con un cierto espíritu de vanguardia. En «Cosmopolis» sitúa su cámara ante un personaje actual, el multimillonario que pelea contra todos por mantener su vida y su fortuna, y lo coloca en un ambiente tan surreal como metafórico: su gran limusina y la corte de fulanos y pasiones que influyen en su existencia. El fracaso es solemne casi desde su arranque por dos motivos: el primero es por el tedio, puesto que tanto su personaje central como los que entran en su campo (su limusina) no tienen más función que «largar» su discurso sobre el estado del mundo actual y además lo hacen con tanta gola como escasez de profundidad: no paran de decir la nada que tienen que decir; y el segundo es por la inanez y la inmovilidad de todo cuanto sucede, a pesar de tener continua apariencia de movimiento: la limusina recorre una ciudad atestada de coches para satisfacer el capricho de cortarse el pelo.
No es difícil caer en la trampa de Cronenberg y creer que tras la sofisticada puesta en escena y la apariencia de (cortita) intelectualidad hay algo que merece la pena, impresión falsa en la que también influye la lista de actores «de peso» que aparecen por allí (Mathieu Amalric, Juliette Binoche, Samantha Morton, Paul Giamatti...) frente a la estrella, el forzadamente caustico Robert Pattinson, pero lo cierto es que uno soporta las casi dos horas de «viaje» inmóvil para preguntarse al cabo, pero, ¿qué me ha dicho este hombre con tanto fasto y oropel que no se pueda leer en cualquier octavilla tirada en el suelo?
«FRANKENWEENIE» **
ANTONIO WEINRICHTER
El problema de Tim Burton es que nos gusta mucho, tanto como nos disgusta verle trabajar sin esa mezcla de ingenuidad, inspiración visual y un casi cálido gusto por lo tenebroso-mórbido que le ha hecho alumbrar sus mejores obras. Y el problema de «Frankenweenie» es que ya la había hecho, con 25 años y con un millón de dólares que le dio la Disney… para luego pasar de estrenarla. Era un producto extraño de todas formas: un poco disneyano corto de media hora en blanco y negro.
Ahora, de nuevo para Disney y de nuevo sin color, la ha rehecho como una película de animación en 3D, lo que mejora a los personajes (ese Vincent Price de profe es total). Con más medios, ha podido «corregir» algunas cosas: la escena de la resurrección del perro Sparky tiene un estupendo tono «lo tech» (como los inventos de aquel viejo profesor del TBO) y el gag sobre la mecha de la novia de su frankenperro está mejor conseguido. El cineasta y artista (sin duda se merece el segundo calificativo) insiste aquí en su más reconocible obsesión que ya estaba presente, por lo que se ve, en aquel corto de 1984: la inyección de un anticuerpo gótico en el escenario de la América suburbana, a través del eléctrico choque entre sus disfuncionales héroes y la idílica normalidad de su entorno que a veces da más miedo que aquellos.
Pero su ojo satírico aparece ahora más amortiguado que en «Eduardo Manostijeras», por ejemplo. Y el clímax final, que en el corto original era rápido, directo y efectivo, como en un título de serie B, se alarga ahora de manera desmesurada y cirquense, demostrando por enésima vez –y no es ningún elogio– el cansino retorno del cine actual a sus orígenes de parque de atracciones (justo el lugar en donde ambienta la traca final). Lo peor es pensar que no estamos ante un homenaje a Frankenstein sino al propio Burton: hacer un remake de sí mismo es internarse en un terreno peligroso, del que era difícil salir indemne.
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