Crítica de «Encontrarás dragones»: La otra misión de Roland Joffé

«Encontrarás dragones» no es una secuela. Tampoco es un relato fantástico de aventuras, como podría pensarse por el título. A estas alturas, es raro encontrar a alguien que no sepa que la película se centra —no tanto, en realidad, y de la percha que proporciona ese matiz se pueden colgar interesantes reflexiones— en los años de juventud de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Es más, cuando todavía no se ha estrenado la película es difícil hallar a una sola persona que no se haya formado su (¿propia?) opinión sobre esta cinta española de factura impecable, reparto espectacular y de uno de los contados cineastas que saben lo que es poner de acuerdo a crítica y público. Dicho esto, ¿se puede ver «Encontrarás dragones» con ojos inocentes?, ¿cómo la recibirán otras audiencias en países menos «condicionados»? El propio autor admitía en las entrevistas de promoción que «en este caso, no hay públicos fáciles».
Como terminó de demostrar a su paso por España, el director de «La misión» y «Los gritos del silencio» es un tipo de gran talla intelectual, capaz de elaborar discursos profundos y de acometer retos que acobardarían a otros; sabido es que algún actor español rechazó el papel principal, decisión que cuesta imaginar si le hubieran ofrecido interpretar a un asesino en serie, por ejemplo.
Aparte de este levísimo contratiempo, Joffé elige y dirige con pericia a sus intérpretes, quizá con el único borrón de Wes Bentley, con o sin maquillaje avejentador, aunque esto bien pudiera ser una manía personal de esas que intentábamos ahuyentar hace unas líneas.
El cineasta londinense cuenta además la historia sin faltas de ortografía, con cierto despliegue de medios y una recreación verosímil de la guerra , que ya es difícil, aunque siempre habrá ojos entrenados que descubran anacronismos menores, en las banderas o en el paisaje.
Dando por sentado que estamos ante una obra meditada, nada improvisada, queda por analizar su faceta más subjetiva: las emociones que transmiten, o no, estos dragones. Como ocurría con «Ágora», otra película impecable, a uno le deja la sensación de que su autor anda con pies de plomo, que mide tanto lo que quiere contar y cómo que la técnica eclipsa el sentimiento.
A veces hacen falta decenas de imperfecciones solapadas, como en «Casablanca», por seguir con las comparaciones más odiosas. En esta nueva misión encomendada, Joffé sería algo así (la última) como el personaje de Natalie Portman en «Cisne negro», impecable y frío.
Por un lado humaniza a su santo y por otro le resta protagonismo con otra trama paralela. Todavía recuerdo con nostalgia quizá traicionera las lágrimas infalibles de los niños cuando en el colegio ponían «Molokai», protagonizada, ya es casualidad, por Javier Escrivá.
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