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CRÍTICA

Cuando la venganza es más ciega que la fe

El director Robert Redford reproduce el juicio del asesinato de Abraham Lincoln en «La conspiración»

Cuando la venganza es más ciega que la fe

LAURA MARTA

Agitó a la sociedad norteamericana y poco importaron los hechos. Abraham Lincoln había sido asesinado a sangre fría y no se pidió justicia, sino venganza. Con esta premisa comienza la última película de Robert Redford como director, en la que cuenta con James McAvoy como protagonista y con Robin Wright como auténtico pilar del metraje.

Su mirada, miope, taciturna, suplicante, protectora. Ningún matiz se le escapa a la actriz norteamericana, que encarna a la madre del mayor sospechoso y que, a falta de su presencia, buena es ella para ser acusada del complot.

Sin menospreciar la versatilidad de McAvoy, siempre exacto en papeles de época, como abogado defensor que lucha por una causa en la que su amor por la justicia puede más que su propia fe, sin duda lo que deja marcado al espectador es la presencia siempre infatigable de Wright. Sin saber muy bien qué pasa por su mente, sus ojos, clavados en unos montículos de tierra, o ausentes en su viaje hacia su hijo huido, la madre sufridora de la cinta de Redford se alza como verdadero eje del complot y del imaginario sentimental del espectador . Aunque no menos grabada en la retina se queda otra mirada, la de la hija (Evan Rachel Wood) hacia su madre en el juicio. Dos miradas femeninas llenas de detalles, de sublime trabajo artístico, que sobrevuelan el resto de componentes cinematográficos.

Sin sutilezas

Y si en el campo de la intepretación, la cinta merece un sobresaliente, el guión no llega al notable. Adolece de consistencia a la hora de exponer los argumentos que le dan nombre. Los mensajes políticos, fiel a la marca Redford, aunque en esta ocasión los encubre más que en «Leones por corderos» (2007), y la insistencia en que la justicia no existe en tiempos de guerra marcan demasiado la línea argumental. Como si sintiera el director la necesidad de explicar machaconamente que la conspiración llegaba de altas esferas a través del secretario de Guerra Edwin Stanton (Kevin Kline). Como si el espectador no hubiera vivido ejemplos semejantes en su vida real.

No obstante, de justicia es aplaudir la fe que Redford inyecta en su película. Fe en la dirección artística y en la actoral, en la ambiental y en reflejar una sociedad con ficticios poderes de libertad, hasta que la justicia gubernamental dictamine lo contrario.

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