Un chulito de fanfarria

Existe mucha indignación por ahí suelta con este Holmes. Es porque hay cosas que se deberían tocar lo menos posible. Y si son tradiciones mucho más. Sherlock ha sido siempre un largirucho estirado con sombrero de doble pico y Watson un gordito relleno de donuts de chocolate. Así pues, parece un sacrilegio grande meter al primero en un retaquito relleno de músculo y al otro en un tipo como Jude Law, que es un pibón de primera. Ni cuadra ni mola.

Una vez dicho esto, hay que resaltar que la factura de los personajes se ajusta al perfil: Downey siempre ha ido de muy listillo, así que esto de ponerse en la piel de un Holmes más chulo que un ocho le va como anillo al dedo. El de Watson está menos definido y, de cualquier forma, hay aspectos de este Sherlock que se salen mucho de madre. Que sea un resabiado que con verte mover un ojo ya sabe si te has acostado con la Jolie y en qué postura, pase (aunque sea con calzador), pero que encima sea un Bruce Lee redivivo suena ya a cachondeo redomado porque uno no se imaginaba al siempre elegante y pulcro Holmes soltando leches del diez, y a su compadre, con esa barriguita que ya no existe, menos.

El resto del proyecto se aguanta por la buena atmósfera creada y la excelente recreación de los tiempos pasados en un siglo oscuro, ocre y de permanente ceniza de hornillo. Pero, en realidad, sólo se mantiene con alfileres porque en el desenlace las explicaciones son tan rápidas y algunas tan increíbles e insólitas (una mala costumbre de Ritchie) que la mente de los mortales -que no somos tan listillos como el dúo dinámico este que se han inventado-, se pierde en la primera curva a la derecha. En resumen, un trabajo entretenidillo por la ruleta rusa en la que meten la historia. Que luego parezca seria con estos dos macarrillas del tres al cuarto es harina de otro costal...