Campanella ¡campanazo!
El director Juan José Campanella dio ayer el primer campanazo en la competición por la Concha de Oro, lo cual, siendo argentino, no deja de tener su morbillo. “El secreto de sus ojos”, y en este título está quizá lo único débil de su peliculón, ... tiene exactament todo lo que debería de haber tenido la película de Fernando Trueba; empezando por el mejor Darín posible, ése que dice los textos como si realmente los hubiera escrito él. Campanella, o sea, su cine, nunca engaña a nadie: va a lo que va, a trincar al público por donde más le gusta, por la cabeza (está escrita y dicha con toda la gracia y la inteligencia del mundo) y por el corazón (no le hurta nunca a los espectadores la necesidad de enamorarse de sus personajes, que son, obviamente, de película).
Lo que a la película de Trueba le costaba transmitir y combinar, la de Campanella, lo inocula y lo diluye: una conmovedora, profunda y estéril historia de amor; un revoltijo de intriga criminal; unas relaciones de amistad y de rivalidad que divierten y descorazonan a un tiempo, y un fondo de amoralidad política o social que le cambian aroma por pestilencia a su historia, tan ensamblada de tiempos, modos y personajes que te deja tan deslomado de reír, sentir, sufrir, saber e intuir, como el final de las Navidades en familia.
Cada personaje de “El secreto de sus ojos” es un doctorado, y el grumo de raspaduras y obstáculos que se interpone en el cara a cara entre Darín y Soledad Villamil (un no romance a lo Wong Kar wai), es cum laude; como lo es también la confraternidad entre esos dos funcionarios de un juzgado de instrucción, uno de ellos, Sandoval (memorable Guillermo Francella), es el vivo ejemplo de cómo se puede reunir en el mismo cuerpo la gracia y la desgracia, la sobriedad y la borrachera... Y Campanella, que no tiene ni complejos ni pudores, va y viene por los dos tiempos de su película (entonces, cuando “aquello” en argentina, y ahora, tres décadas después) en una suave y precisa mezcla de “flash-back”, adornos de la memoria y páginas mal escritas de una novela.
En fin, “El secreto de sus ojos” se ve como siempre quisieras ver una película, con toda la sala riendo en el momento adecuado, entregándose cuando ha de ser y no importándole, al final, que las luces lo sorprendan aplaudiendo.
Mucho más modesta, salvo en sus pretensiones líricas y metafóricas, la película iraní “The white meadows”, de Mohammad Rasoulof, también conseguía la admiración del espectador mediante unas imágenes de sorprendente blancura, unos islotes de sal a los que y viene un tipo con una barca sospechosa y con un tarro en el que recoge las lágrimas de los habitantes de ese fantástico lugar. Un problema de funcionamiento, de empatía, como se dice ahora, se interpone entre esos personajes a los que nunca sientes ni entiendes, lo cual consigue un incómodo cóctel de fascinación y tedio.
Y la competición se completaba con la película alemana “This is love”, de Matthias Glasner, y se podría simplificar diciendo que sí, que es un galimatías Glasner. Trocea, revuelve y reúne dos historias desesperadas, la de una mujer a la que abandonó el marido, alcohólica y policía (o sea, ella, aunque el tópico nos dice que debiera haber sido él), y el de un tipo muy raro que rescata a una niña oriental de la prostitución y la mafia... Podría haber sido un “thriller” postmoderno a poco que galiMatthias hubiera sabido reunir sus piezas..
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