«Los abrazos rotos»: la película más cara, larga y literaria de Pedro Almodóvar
FEDERICO MARÍN BELLÓNMADRID. Pedro Almodóvar es el único ciudadano europeo que antes de ponerse a trabajar avisa a la prensa y se le presentan doscientas personas para celebrarlo. Genio del cine y la
Pedro Almodóvar es el único ciudadano europeo que antes de ponerse a trabajar avisa a la prensa y se le presentan doscientas personas para celebrarlo. Genio del cine y la mercadotecnia, ni siquiera necesita que todos sean periodistas. Le bastan el tipo de las gafas ... negras, los saludos de una reportera a Ana Rosa y una señora con el pelo tan blanco y asustado como el suyo, siempre que le regale una estampita de la Virgen, para que el circo se parezca a una rueda de prensa. Si es preciso, las preguntas las pone él, como hizo ayer en la presentación de «Los abrazos rotos», su próxima película, que empezará a rodar el 26 de mayo en Lanzarote.
De la cinta, la decimoséptima de la colección, no se supo mucho más de lo que ya cuenta el cineasta en su blog -los actores tienen prohibido entrar en detalle-, aunque Almodóvar dejó caer («estamos aquí y algo tendremos que decir») algunos pormenores jugosos, que prometen enriquecer otro gran filme, quizá una obra maestra. Penélope Cruz, Blanca Portillo, Lluís Homar y José Luis Gómez son las patas que sostienen «un drama con tintes de thriller muy negro», que encierra «una historia de amour fou a cuatro bandas». Traducido al universo almodovariano, aquí cabe cualquier cosa, como las habituales gotas de comedia en las que colaborarán Chus Lampreave, Rossy de Palma, Kiti Manver y Ángela Molina, que no acudieron a la presentación. Rubén Ochandiano y Tamar Novales, que sí estuvieron, hacen de hijos, como su propia edad indica.
Sabemos también que la película nació de una fotografía que el director tomó hace nueve años en una playa de Lanzarote. Poco después, inspirado quizá por Cortázar y Antonioni, descubrió un misterio que resolver: una pareja se abrazaba sobre una esquina del encuadre, pequeño suceso que le llevó a escribir hasta tres guiones que acabaron en el cesto. Contó asimismo Almodóvar que «Los abrazos rotos» transcurren en dos épocas, a mediados de los noventa y en la actualidad. «Es una historia muy novelesca», afirmó. «Ocurren muchas cosas. Si hubiera tenido talento literario la habría hecho como novela y ocuparía el triple». Con todo, es su película más cara, más literaria y más larga (tres cuartos de hora más que «Volver», que ya alcanzaba las dos horas). «Mi principal deseo», reconoció, «es que los espectadores no se cansen y no miren el reloj».
El manchego añadió que en su película «las personas sufren mucho, hacen muchas barbaridades y también cosas heroicas, es un festín para un fabulador». Después de estos retazos impresionistas, se entretuvo en el retrato más realista de sus protagonistas. José Luis Gómez es «un broker de la generación del pelotazo, para mi gusto con muy pocos escrúpulos, aunque no lo juzgo -menos mal, pensó alguno-, cazador empedernido en todos los sentidos, de obras de arte, mujeres, dinero..., un depredador, y una de sus piezas más deseadas es Penélope». Pedro dejó claro, pese a todo, que los hombres no son tan negativos como en «Volver», y que los cuatro personajes están equilibrados.
Blanca Portillo, por su parte, es una directora de producción, Lluís Homar, un guionista que se queda ciego. Penélope, una aspirante a actriz, lo que la lleva al reto de interpretar bien y mal la misma escena, como Katharine Hepburn en «Damas del teatro», más o menos. Lo más llamativo de su personaje será, sin embargo, el pelucón rubio platino, corto pero con volumen, que le ha plantado Almodóvar. «Buscaba una imagen muy potente y le pregunté: «¿qué peinado no te has hecho?», admite el inductor satisfecho del «aspecto artifical» de su musa. Ella lo convierte en algo «profundo y emocionante gracias a sus grandes ojos y a su mirada», añade.
A estas alturas de la representación, Pedro tomó definitivamente las riendas y preguntar a sus actores sin intermediarios con el noble propósito añadido de que hablaran todos. Cruz contó lo difícil que había sido precisamente «hacer mal a propósito una escena sin pasarse». Gómez explicó que tiene sus trucos para actuar en esos días malos que todos tenemos alguna vez. Portillo presumió de tener «uno de los personajes más difíciles» que había visto. Homar dijo que el suyo, ciego, descubre que «su capacidad para fabular le abre una puerta a la luz» y, en general, todos se mostraron encantados por la maravillosa oportunidad recibida.
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