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Gil Parrondo, un caballero sin espada

Construyó el terreno para directores que aprendimos a pronunciar gracias a él

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Todos los que se dedican al cine saben que un rodaje es lo más parecido al frente de una batalla, un territorio donde se concentran al tiempo el ruido, el silencio insoportable, la solidaridad, el miedo nervioso, el improperio y un espíritu abruptamente alejado de la cortesía y la corrección tal y como se entienden en cualquier otro lugar. El rodaje es la parte bélica de una película. Y todos los que se dedican al cine saben que Gil Parrondo, hombre de rodaje, pieza esencial de la construcción de tantas y tantas películas, era un perfecto armisticio en el fragor de esa batalla. A su enorme calidad artística, a esa manera tan precisa y preciosa de modelar el espacio y el tiempo para embaucar a la cámara, Gil Parrondo le añadía de un modo natural una elegancia, tanto en el ser como en el estar , que diluía a su alrededor lo bélico entre efluvios e impresiones de tregua, concordato o tratados.

En el cine español ya era un mito antes aún de que se sospechara de que existía esa palabra, y había construido el terreno para directores que aprendimos a pronunciar gracias a él, como Franklin Schaffner, Robert Rossen, Nicholas Ray, Stanley Kramer, David Lean, Henry Hathaway o Anthony Mann. Y trabajó en películas en las que el universo, la reconstrucción y el músculo de su andamiaje visual era el hilo conductor entre el ojo y el corazón, títulos como «Rey de Reyes», «55 días en Pekín», «Doctor Zhivago», «Lawrence de Arabia», «La caída del Imperio Romano», «Patton» o «Nicolás y Alejandra», por las que ganó el Oscar de Hollywood… Con John Milius hizo «El viento y el león» y con Richard Lester «Robin y Marian».

Y su trascendencia dentro del cine español no se resume a situarlo en el mapa de Hollywood , sino que su talento escenográfico ha estado siempre al alcance de nuestros mejores directores. La precisión de su mirada y el sello personal de Gil Parrondo, la creación del más idóneo y mejor acabado parque temático, son el alma y el esqueleto de gran parte de la filmografía de José Luis Garci, con las que consiguió cuatro Premios Goya, por «Canción de cuna», «You’re the One», «Tiovivo» y «Ninette». Hasta su última película, «Holmes y Watson. Madrid Days», en la que hacía una reconstrucción milagrosa de un Madrid decimonónico.

Si mirada a distancia, la obra de Gil Parrondo es de las más impresionantes de la Historia del Cine , tomado él en la corta, en el trato, conversación y tú a tú, su figura de adquiere dimensiones insólitas. Pocas personas (y del cine, menos aún) han transmitido a la vez tanta serenidad y pasión al hablar del arte, el cine o la vida. Ocupaba de un modo totalmente espontáneo ese lugar de creación entre el artista y el ebanista, entre el que tira las ideas y tira las líneas, entre el que crea la atmósfera dentro y fuera del rodaje. Hace tres años se estrenó un magnífico documental, titulado «Desde mi ventana», en el que desvelaba solo una parte, pero sustancial, de sus cualidades como artista y como persona, y verlo allí, diciéndose, producía una admiración absoluta, esa sana envidia de quien, bien pasados los noventa años, conserva toda su lucidez, elegancia, ilusión y talento. Nunca es un buen día para despedirse de alguien admirado y querido, pero hoy resulta inevitable mordisquear con resignación ese nunca y ese adiós.

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