TRIBUNA ABIERTA
La paz sea con vosotros
«Que venga la Paz de Jesús. Que venga para consolar nuestros corazones cuando la desolación los ha endurecido. Que la Pascua del Señor venga a nosotros y entre nosotros: ¡y entonces será la Paz!»
Cuántas veces buscamos la paz detrás de las puertas cerradas de nuestros miedos. Puertas que dejamos cerradas por miedo a nosotros mismos y a lo que cada uno llevamos dentro. Recuerda el Evangelio de San Juan que «al anochecer de aquel día, el primero después ... del sábado, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor».
La paz. Cuántas veces la buscamos detrás de las puertas cerradas de nuestros miedos. Puertas que dejamos cerradas y bien cerradas por miedo a nosotros mismos y a lo que cada uno llevamos dentro; las dejamos cerradas por miedo al otro, a los demás; cerradas de cal y canto también por miedo a la vida y a la muerte. Dejamos bloqueados esos pasadizos pensando que así nos estaremos bien al seguro de algún enemigo, un enemigo interno o externo. Sellamos con cuidado nuestras puertas para dar un mínimo de tregua al latido de nuestro corazón, para que nadie nos robe esa exigua porción de paz que aún creemos poseer.
Y entonces, por Gracia, en algún momento descubrimos que la paz no se posee. Que esa paz no puede crearse. Que la paz no puede retenerse. Que la Paz viene. Gratuitamente. Libremente. Como un soplo de viento que alza las cortinas de las habitaciones más recónditas, en lo más profundo de nuestros corazones, y los llena de aire nuevo y de fresca luminosidad. La Paz llega como la voz amiga de alguien que me busca, de alguien que desea estar conmigo, me encuentra y quiere quedarse a mi lado. La Paz viene como una herida abierta y luminosa en el corazón y en las manos de quien se ha entregado a mí por amor. La Paz viene y me llena de una alegría profunda, porque ni mis tinieblas, ni el dolor que siento, y ni mucho menos la muerte, han podido separarme de Su amor, resucitado más fuerte y más tierno que nunca: ¡es el Señor!
«Paz a vosotros». Que venga la Paz de Jesús. Que venga para consolar nuestros corazones cuando la desolación los ha endurecido; que venga para custodiar nuestros vínculos y darles vida de nuevo cada vez que esas relaciones languidecen; que venga para aliviar nuestros dolores y para salvarlos del mal; que venga para convertir el grumo de nuestras amarguras en dulces panales de miel; que venga para transformar las heridas y rasguños de la vida que nos hacen sufrir el alma en rendijas por las que entre la luz en el corazón; que venga para disolver nuestros miedos en aguas frescas y en vivas corrientes; que venga para que en vez de escuchar los gritos de guerra el único llanto que se oiga sea el del bebé que acaba de abrirse a la vida; que venga para transformar los fríos sepulcros en un seno materno preñado de futuro. Que la Pascua del Señor venga a nosotros y entre nosotros: ¡y entonces será la Paz!
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