la tercera
¿El siglo de la lucha de clases?
Me atrevo a pronosticar que lo que nos espera es la guerra de sexos, que no ha terminado. Bien al contrario, sólo acaba de empezar en lo que pretenciosamente llamamos primer mundo
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Iniciar sesiónHay muy distintas formas de enfocar la Historia, todas ellas parciales, y por lo tanto incompletas. El problema es que su protagonista es la vida de los pueblos e individuos, y la vida no se deja encasillar como los elementos químicos o las partes de ... una oración. Hegel la definió como «la larga marcha de la humanidad hacia la libertad», pero tuvo que reconocer que en esa marcha hay rodeos e incluso retrocesos debido a obstáculos insalvables. Se la ha dividido en eras y edades, para hacerla más digerible, pero mientras hay naciones postmodernas, otras están aún en la Edad Media o incluso Antigua.
Lo que resulta innegable es que, al estar compuesta de vida, reina en ella lo que Darwin llamó 'struggle for survival', lucha por la supervivencia, que su discípulo Haekel convirtió en 'ley biogenética fundamental', según la cual no se impone el más fuerte, sino el que mejor se adapta a los cambios y circunstancias que vayan produciéndose tanto en nuestro planeta como en la sociedad en que se vive. Por cierto, que don Pío Baroja tiene páginas tan hermosas como equivocadas sobre esa 'lucha por la vida', que plasmó con 'hombres de acción' en sus novelas. «Hay que vencer, vencer de cualquier manera, la piedad es la máscara de la cobardía», dice con ecos 'nietzschianos' en una de ellas, él, que fue el más pacífico de la generación del 98. Claro que aquella España, con la derrota a cuestas, se las traía.
Con bastante más perspectiva y habiendo vivido dos guerras mundiales, una civil, otra fría, y cambios de todo tipo en todas partes, me atrevo a decir ahora que «the struggle for live» continúa no sólo en los países menos desarrollados, sino también en los más avanzados, como el Reino Unido, más desunido que nunca, o Francia, con sus ciudades tomadas por manifestaciones de protesta. Por no hablar de la salvaje agresión rusa contra Ucrania o del hecho de que en Suecia gobierne la extrema derecha. Mientras los norteamericanos se dedican a derribar globos chinos o de donde sean. Más que de orden mundial, habría que hablar de desorden.
Si el siglo XVII fue el de las guerras de religión, el XVIII fue el de la revolución ilustrada, el XIX, el de la lucha de clases, y el XX, el del fin de los imperios europeos, ¿qué va a ser el siglo XXI? Por la quinta parte de él ya transcurrida y la casi seguridad de que continuará la lucha, me atrevo a pronosticar que lo que nos espera es la guerra de sexos, que no ha terminado. Bien al contrario, sólo acaba de empezar en lo que pretenciosamente llamamos primer mundo, mientras que en el segundo, allí donde apenas se cubren las necesidades más elementales como el régimen o las libertades políticas, y también en el tercero, que es buena parte de Asia, África e Hispanoamérica, esa guerra de los sexos ni siquiera ha podido dar comienzo todavía.
Europa sin embargo se halla en plena ebullición. Basta ver la cantidad de primeras ministras y ministras para probarlo. Las mujeres exigen plena igualdad laboral, social y sexual, algo que bastantes hombres no admiten, y hace surgir al orangután del que descendemos. Para abordar el tema me he remitido al ensayo 'Mujeres y hombres' ('Frauen und Männer'), de Sebastian Haffner, de hace cincuenta años, en el que derrocha ingenio y experiencia valiéndose de dos libros sobre el tema. Uno, de Elisabeth Dessai, en el que sostiene que el hombre ha hecho de la mujer «esclava, super-esposa y madrecita, para mantener el dominio sobre ella».
Le reconoce «ciertas cualidades, como intuición, sensibilidad, espíritu de sacrificio, pero para mantenerla en la casa, lejos de los centros del poder». El otro libro es de Esther Vilar y defiende la tesis contraria. «Todos los hombres –escribe–, desde su más tierna infancia, han sido educados por su madre para mantener más tarde a otra mujer, poniendo a su disposición su vagina de tanto en tanto. Y si su marido las deja, siempre es a causa de otra mujer, nunca para ser libre, mientras ella se busca un repuesto aprovechable». «Como ven –comenta Haffner–, ambas damas exageran de lo lindo».
Él no toma partido y, como suele, intenta buscar el término medio, que es donde suele encontrarse lo menos malo, la democracia. «Hombres y mujeres –advierte– no son enemigos naturales, al revés, son los amigos más naturales del mundo, hechos para gustarse y proporcionarse mutua satisfacción. Casi cada hombre y casi cada mujer son una potencial pareja amorosa –¡a Dios gracias!–, pero es un hecho casi cómico que cada uno y una haya tenido que aprender por propia experiencia que la felicidad florece hoy sólo en las relaciones amorosas irregulares. Los matrimonios felices se han convertido en casi una excepción», con lo que Haffner vuelve a su terreno favorito: el del analista de la Historia Contemporánea, y advierte: «No es verdad que la emancipación de la mujer sea una especie de lucha de clases de las mujeres oprimidas contra los hombres opresores. Es también una emancipación del hombre. Una Constitución sin división de papeles económicos, con una sociedad en la que mujeres y hombres se ganasen la vida y se cosiesen sus propios botones, con el mismo salario por el mismo trabajo y las mismas posibilidades de ascenso profesional, gana constantes partidarios en ambos campos». Aunque dándose cuenta de que tal vez haya sido demasiado optimista en sus predicciones, reconoce que el factor familia e hijos puede relentizar tal evolución. Pero se atreve a predecir que «en el año 2000 las nuevas formas de familia estarán tan extendidas y respetadas como las viejas». El día de San Valentín, desde luego, lo han celebrado ambas.
Todo ello, queda dicho también con tres serias advertencias: «La revolución sexual no es parte de la revolución socialista. Incluso en los países capitalistas avanza más rápida que en los comunistas, donde las relaciones sexuales y familiares son mucho más patriarcales que en el Oeste». Es más, «puede considerarse una continuación de la revolución burguesa por su carácter individualista». Por último, el cambio del papel de la mujer no llevará ningún paraíso. Las cosas seguirán como siempre: entreveradas, ni mejores ni peores, sólo distintas. La suma de felicidad e infelicidad es este mundo no varía. Si acertó o no deben decirlo ustedes.
es periodista
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