Complemento circunstancial
Como si la vida fuera carnaval
El mundo se tambalea y nosotros miramos al cielo esperando el momento en el que se nos caiga encima
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Iniciar sesiónEn Cádiz sabemos —o sabíamos— que el que canta, no solo espanta sus males, sino que los conjura sublimando las desgracias en una especie de «tú ahí y yo aquí» que ha funcionado durante siglos. Lo llamaban periodismo cantado, crónica social, denuncia… Hace tiempo que ... lo llaman «pescaíto en blanco», porque siempre conviene no defraudar, ni a unos, ni a otros. Si dentro de cincuenta años a alguien le da por estudiar lo que se canta hoy en día en el COAC, pensaría que todas las letras las escribe Mr. Wonderful. O tal vez, no. Es el signo de estos tiempos, en los que transitamos del infantilismo al miedo.
El mundo se tambalea y nosotros miramos al cielo esperando el momento en el que se nos caiga encima. No parece que vaya a tardar mucho; Donald Trump y su administración —su larga y ancha administración— se encargan de darnos motivos. La Conferencia de Seguridad de Múnich ha sido como un viaje en el tiempo, ochenta años atrás. La escenificación del alejamiento entre EEUU y la vieja Europa y el futuro incierto para lo que, hasta ahora, nos parecía normal: la democracia, la libertad, los derechos humanos, la dignidad de las personas, todo mezclado con las pajitas de plástico, con las 500 millas de Daytona —ni los emperadores romanos lo hicieron mejor que Trump: «Esta carrera icónica representa el amor de nuestra nación por la tradición y la competencia»—, con los aranceles del «nuevo sheriff en la ciudad»... Discursivamente Trump es un provocador, un polemista, sus palabras muchas veces parecen bromas, pero no lo son.
Avanzamos —¿avanzamos?— hacia un nuevo orden mundial, dominado por el imperialismo yanqui y sus nuevos compañeros de viaje, Rusia y la imprevisible China. Y Europa, que ni pincha ni corta en el nuevo reparto de poderes, espera acontecimientos como el que espera el veredicto de un juicio que sabe que ya está perdido. En el nuevo orden no caben nuestras democracias ni nuestras ínfulas de un mundo feliz, ni siquiera el mal llamado estado del bienestar. En el nuevo orden no cabe la opinión o, mejor dicho, no cabe la opinión de la gente, de determinada gente. El vicepresidente norteamericano Vance no tuvo empacho en verbalizarlo, las sociedades que temen las opiniones de sus ciudadanos son sociedades enfermas.
Lo de Trump y compañía parece una chirigota. Hace años la sacó Selu y se llamaba «Grupo de guasa», no sé si se acuerda usted. Ay tiriti Trump, han pasado siete años, pero cuentan como setenta hacia atrás en el calendario. El carnaval es una cosa muy seria, tan seria como la vida misma, por eso conviene no tomársela excesivamente en serio. La espera puede hacerse interminable, los movimientos que haga Europa en los próximos meses serán decisivos para los próximos años. Sabemos que algo —no se sabe si bueno o malo— va a pasar, pero no sabemos el día ni la hora. Así que lo mejor será hacer caso de nuestros mayores, que ya lo decía Juan del Encina: «hoy comamos y bebamos, y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos». Como si la vida fuera un Carnaval.
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