COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
Es una vergüenza
Es una vergüenza que el ego y la ambición personal tengan un precio social tan alto y que el presidente del Gobierno esté dispuesto a pagar la factura
Los barros que vinieron de aquellos lodos los llevamos tan pegados a la suela de los zapatos que cada vez resulta más difícil dar un paso. Aquellos lodos, los lodos que enfangaron la historia reciente de este país, que tuvo que aprender solo –sin manual ... ni maestro- a leer y a escribir su futuro, nos llegan casi a la cintura, como en aquel cuadro de Goya en el que, a garrotazos, dos hombres se baten en duelo fratricida. Siempre he pensado que ninguna pintura como esa nos representa. Es España, -porque Goya no sabía pintar otro país-, y así somos los españoles. Y así estamos los españoles, desorientados en un país que ha perdido las marcas de identidad sobre las que se construyó la democracia: la unidad, el bien común, la justicia, el progreso. Desorientados, sin saber muy bien quiénes son los nuestros, quiénes nos defienden, qué tenemos que hacer, con quién tenemos que relacionarnos y de quién debemos huir. Desesperados porque ya no esperamos nada, porque no sabemos casi nada, y lo que no sabemos, nos lo inventamos, construyendo un pensamiento, casi mágico, capaz de vertebrar el descontento.
Los monstruos no existen más que en el sueño de la razón, que también pintó Goya. El independentismo es el monstruo que ha creado Pedro Sánchez en su desesperación por mantenerse, como sea, en el Gobierno. La amnistía es el monstruo fabricado por los socios de un Gobierno que se ha deslegitimado antes de llegar al poder. La impunidad es el monstruo de los que están redactando una ley en Bruselas que les beneficia solo a ellos. El indulto es el monstruo que amenaza la convivencia en el Parlamento. «Esto me tiene avergonzado», ha dicho Felipe González, que aún no es sospechoso de heterodoxias socialistas, aunque no reconoce este socialismo tan raro que lidera Pedro Sánchez y que está enfrentando a los españoles.
Es una vergüenza, sí que lo es. Es una vergüenza que se rían de nuestros votos, que no respeten ni siquiera el principio básico que les ha permitido llegar hasta donde están. Es una vergüenza que permitan que se abran puertas en el tiempo y que resuciten los fantasmas de nuestra historia más tormentosa. Es una vergüenza que siete votos tengan a este país cautivo. Es una vergüenza que el ego y la ambición personal tengan un precio social tan alto y que el presidente del Gobierno, consciente de ello, esté dispuesto a pagar la factura. Es una auténtica vergüenza.
Usó Puigdemont, en sus redes sociales, los versos de Salvador Espriu para celebrar el acuerdo de investidura «dejar de ser aquel perro insensible que lamía la áspera mano que lo ató tanto tiempo, y convertirse en único señor». La venganza es un plato que se sirve frío y el ex presidente catalán ha esperado nueve largos años para dejar de ser aquel perro que se fugó en el maletero de un coche. Ahora se ha convertido en la áspera mano que tiene atado al Gobierno.
Y esto sí que es una vergüenza.
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