Complemento circunstancial

Nunca digas nunca jamás

El lunes hizo un año que estalló la guerra en Gaza, que no se nos olvide

El lunes hizo un año. Un año de calendario desde el ataque de Hamás a Israel en Gaza con el que empezó la guerra. «Esto es solo el principio·» dijo en aquellos días Netanyahu, como si fuera una profecía de lo que habría de venir. ... Cuarenta y dos mil muertos de ambos bandos —sobre todo mujeres y niños—, miles de desplazados y el horror convertido en rutina como una de las señas de identidad del tiempo que nos ha tocado vivir es lo que tenemos, un año después. Lo poco espanta, dice el refrán, y lo mucho nos ha amansado en Ruanda, Burkina Faso, en Yemen, en Somalia, en Ucrania, en Palestina, y ahora en Líbano… si esto no es una guerra que afecta al mundo entero, que venga Dios y lo vea. Acostumbrados a mirar para otro lado desde que terminó la II Guerra Mundial —la guerra fría, los Balcanes, Crimea…— en Europa y en nuestro país hemos conseguido creernos que la cosa no va con nosotros. Bastante tenemos aquí, dicen los cuñados en las barras de los bares, «con los moros y con los negros» que nos entran por las puertas, como para preocuparnos de los otros moros y los otros negros que está muy bien donde están.

La guerra siempre está lejos, no llegará la sangre al río, decimos como si fuera un conjuro, aunque sabemos que la situación mundial no es, precisamente, un campo de amapolas sino de minas, y de algo debería servirnos el mapa de la historia. Que estamos haciendo la misma ruta, pero explorando nuevos territorios y que, al final, todos los caminos conducen al mismo sitio.

Llámeme agorera, o ignorante —los expertos ya se han apresurado a decir que la posibilidad de un conflicto bélico a nivel mundial es muy remota— pero la guerra sigue existiendo y no es una tesis alocada pensar que estamos normalizando una situación terrible, estamos convirtiendo en algo cotidiano el horror, la muerte, los desplazamientos, la indiferencia ante lo que sucede en otros países. Y ese es el primer paso para la «banalidad del mal», un concepto que se acuñó tras el holocausto nazi y que hemos incorporado a nuestro vocabulario, como si fuese lo más normal del mundo. Lo decía Niemöller en aquel poema tan manoseado y repetido que ha perdido su significado, pero que no debemos olvidar porque sigue siendo actual: yo no era comunista, yo no era judío, yo no era… no somos conscientes del riesgo que supone a corto plazo el conflicto de Oriente Medio. Nadie nos prepara para lo peor, pero lo peor siempre está por venir. Porque no sabemos por dónde viene, y ese es el peligro.

Nos hicieron creer que habíamos aprendido de los errores, pero olvidaron decirnos que el hombre es el único animal que tropieza dos —o cien— veces con la misma piedra; esta semana Rusia ha condenado los bombardeos israelíes contra territorios libaneses y sirios, Donald Trump sigue convencido de que es el nuevo salvador del mundo y Úrsula von der Leyen dice que hay que pensar en Europa como un proyecto de Seguridad. El lunes hizo un año que estalló la guerra en Gaza, que no se nos olvide.

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