COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
Para más inri
Y para más inri, todo el mundo se lavará las manos
Una de las consecuencias directas de que no se estudie religión en las aulas es la pérdida de referentes, que se ha convertido en una especie de destierro cultural, una condena, a ser ciudadanos menos formados, para aquellas personas que no tienen acceso, de otra ... manera, al sustrato católico en que se asienta la cultura europea. Sin este referente no pueden entenderse la pintura, ni la escultura, ni, si me apuran, la literatura de los últimos diez siglos de historia. El resultado de estas carencias, de esta pobreza cultural, no solo se ve en las aulas, sino que ha llegado, también, a la sociedad, donde se ha producido una brecha importante que favorece –en términos culturales- a determinadas clases sociales que, por formación o por tradición mantienen aún vínculos con la cultura cristiana o tienen los recursos necesarios para acceder a ella.
Que haya jóvenes –y no tan jóvenes- que no sepan quién es el hombre que cuelga de una cruz en los museos o que crean que el arca de Noé llena de animalitos es un juego para niños no es solo una cuestión de fe, sino una cuestión que va más allá de las creencias y de las prácticas religiosas. Porque nuestra cultura está llena de referencias a los textos bíblicos, a su iconografía y a sus enseñanzas y sin el conocimiento de esos vínculos difícilmente se podría comprender de dónde venimos. En los institutos se estudia la cultura clásica –Grecia y Roma-, la historia de la filosofía, pero se obvian los Evangelios, tal vez, por el complejo de una generación que no supo descodificar su propia cultura.
La lengua está llena de expresiones cuyo origen bíblico se está diluyendo. «Tirar la primera piedra», «meter cizaña», «llevar a alguien por la calle de la amargura», «poner el dedo en la llaga», «colgar un sambenito» o «estar hecho un adán», han perdido la conexión directa con su referente. Ya casi nadie sabe por qué llora la magdalena –incluso se dan explicaciones culinarias a su origen- o por qué uno tiene más paciencia que Job, o qué significa que la cabeza de alguien se sirva en bandeja de plata; tampoco tendrá explicación que yo no sea el guardián de mi hermano. Nuestra lengua mantiene tantos términos relacionados con los Evangelios que llegará un momento en que habrá que buscar en la arqueología textual quienes eran Tomás, o el san Juan que no baja el dedo, o Pilatos o Barrabás, o Caín, o el Cirineo. Lo mismo pasará con la música –pienso en el Mesías o en las Siete Palabras-, en los museos –ni le cuento en las catedrales- donde una cartela tendrá que explicar –como apuntaba Ana Iris Simón la pasada semana- quién es la señora con el hombre muerto en brazos.
Perder las referencias religiosas es perder parte de nuestra historia, pero abrir este debate, sobre todo, cuando aún pesan más los prejuicios que el sentido común no está de moda. Nadie defenderá que estamos privando a nuestros jóvenes del derecho fundamental del acceso a la cultura. Y para más inri, todo el mundo se lavará las manos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete