COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Mi familia y otros animales

Las leyes deben estar para enmarcar los derechos. No se puede legislar lo que no existe

Comenzaba Tolstoi su novelón 'Ana Karenina' con una de las frases más célebres de la historia de la literatura: «Todas las familias felices se parecen; pero cada familia infeliz lo es a su manera». Con el anteproyecto de ley del Ministerio de Belarra, el bueno ... de Tolstoi se habría hecho un lío, el mismo lío que tenemos usted y yo desde que, el pasado viernes, supimos que la familia crece… y de qué manera. Hasta dieciséis modelos distintos nos propone el proyecto de Ley de Familias –nada que ver con aquel viejo modelo de la baraja de cartas con la que todos crecimos, padre, madre, hijo, hija, abuelo y abuela– porque «ya no existe la familia, sino las familias, en plural», según dice la ministra.

Que el concepto de familia ha ido evolucionando y transformándose al tiempo que se ha ido transformando la sociedad es algo que no podemos negar, pero una cosa es esto y otra, muy distinta, resignarnos a que el núcleo esencial e indiscutible de asentamiento social, desde el origen de la humanidad, sea arrinconado y ninguneado por imposición ideológica. Sobre todo, cuando la estructura planteada por Belarra no responde a la realidad, sino a un deseo delirante de hacernos comulgar con sus ruedas de molino. Porque usted habrá visto, igual que yo, la disparatada clasificación propuesta que, patadas al diccionario al margen –lo de monomarental es de traca– desvirtúa y desprotege, por completo, el concepto tradicional de familia. No sé si usted ve lo mismo que yo, pero así, a bote pronto, lo que llaman familia «individual» no es una familia, una familia joven se cura con el tiempo, una familia con más necesidad de apoyo en la crianza –antigua, dicen, familia numerosa– es lo mismo que una familia vulnerable… en fin, que para el Gobierno, parafraseando a Tolstoi, cada familia lo es a su manera, o eso nos quieren hacer creer.

Y si fuese solo una cuestión de nomenclatura, podríamos, al menos, echarle la culpa a la ausencia de inteligencia como hacía nuestro Nobel Juan Ramón cuando le reclamaba aquello de «dame el nombre exacto de las cosas»; pero no es solo eso. Las leyes deben estar para enmarcar los derechos y deberes de la realidad, y no al contrario, no se puede legislar lo que no existe. Por mucho que le escueza al Gobierno, sí que existe la familia, y dentro de ella están sus circunstancias, y son estas circunstancias las que debe atender la ley; la vulnerabilidad, la interculturalidad, la inmigración… no son tipos de parentela distintas, son realidades distintas que trascienden el vínculo familiar y no se puede confundir al personal de esta manera.

Pero mientras la ministra Belarra siga empeñada en sacar adelante la Ley de Protección Animal –pese al informe del Consejo General del Poder Judicial– y siga pensando que con este tipo de leyes, ella e Irene Montero están «haciendo historia», estaremos cediendo en la trivilalización de lo que es importante. Tampoco son originales en esto, por cierto, que ya lo dijo Mae West y se quedó tan tranquila: «Si quisiera una familia ya me habría comprado un perro».

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