COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
El embrujo de Shanghái
Solo doce universidades españolas entran en el top de las quinientas mejores
Yolanda Vallejo
A una, que es más de Chiquito de la Calzada que del ministro Castells, lo del índice de Shanghái le suena a Grijandemor, a esos estudios que vienen avalados por una universidad —digamos— de Massachusetts y que no tienen mayor trascendencia que un documental del ... canal Odisea en una tarde de agosto. Lo interesante, no me cabe la menor duda, no es el índice de marras, sino el impacto que la recepción de la pomposa lista que mide las fortalezas en investigación de universidades de todo el mundo tiene, año tras año, en la opinión pública española. Y es que una, que ha visto muchas veces Pollyana, entiende perfectamente aquello de que no se consuela quien no quiere y también entiende, a la perfección, que el mal de muchos es —siempre— consuelo de tontos.
El Academic Ranking of World Universities —el embrujo de Shanghái para rectores y responsables de la política universitaria— utiliza indicadores objetivos para clasificar las universidades, entre los que están el número de exalumnos y personal que han ganado premios Nobel y medallas Fields, número de investigadores citados por Clarivate, número de artículos publicados en Nature y Science, artículos indexados en Science Citation Index y rendimiento per cápita de la propia universidad. Con estos mimbres, ya me dirá usted; solo doce universidades españolas entran en el top de las quinientas mejores, ninguna de ellas antes del puesto 151, y casi todas —38 de las 47 universidades públicas— en el rango de 500 a 1.000, lo que no nos da derecho a lanzar las campanas al vuelo ni a hacer, como se está haciendo, una lectura triunfalista de dichoso ranking, y eso que Andalucía coloca a siete de sus universidades en la lista, Granada y Sevilla por encima de las demás, —a pesar del desdoro que suponen para el Shanghái los estudios humanísticos y sociales— y el resto ocupando, como puede, alguno de los mil primeros puestos.
Los que ven el vaso medio lleno están encantados. Los demás solo vemos un nuevo fracaso en la evaluación de nuestras universidades. Pero no se engañe, que esto no va de prestigio, sino de dinero, y en España la financiación de la investigación es tan precaria como todo lo demás. La Universidad española lleva veinte años con la misma legislación, funcionando como un colegio de niños mayores, con una red de centros públicos infrautilizados y de centros privados desvinculados de la investigación; y mirándose el ombligo, constantemente, a espaldas de la sociedad.
En pocas semanas se presentará el proyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), con el compromiso adquirido en Bruselas de dedicar más recursos a formar investigadores, potenciar la especialización y recuperar eso que se llamó 'fuga de cerebros'. En Andalucía, el recién nombrado consejero para Universidades, José Carlos Gómez Villamandos tiene bastante trabajo; hay que redefinir el modelo universitario y no solo pensando en Shanghái, sino en los jóvenes andaluces, que no quizá no tendrán premios Nobel ni medallas Fields pero merecen una universidad de calidad, y no solo de cantidad.
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