COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
La ciudad y los perros
Los expertos advierten del daño que ocasiona a los animales el trato humanizado que les dan sus dueños
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Iniciar sesiónParece que fue Diógenes —el del síndrome— el que sentenció aquello de que «cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro». Una cita, como tantas, que luego se atribuiría a Carlomagno, a Hitler o a Lord Byron, lo que pone en evidencia ... que nadie está libre de tirar la primera piedra y que el hombre es capaz de tropezar dos veces, y las que haga falta, con la misma roca. Los datos ponen de manifiesto algo que veníamos sospechando desde hace una década: cada vez hay más perros y menos niños en las ciudades. En Cádiz, tocamos a un perro por cada cuatro personas humanas, que diría Rosa Benito; en Córdoba, la población canina duplica ya a la de niños, en Sevilla hay tres veces más perros que chiquillos escolarizados, en Málaga, la moda de los 'perrihijos' se afianza ya como un nuevo modelo de familia… y así hasta llegar a un veintiocho por ciento más de perros que de que de niños, en toda Andalucía.
Que un perro sale más barato que un hijo, que el perro ni te contesta mal ni se encierra en su habitación, que no te da malas noches, que te recibe al llegar a casa como si no hubiese nadie más en el mundo, que te obliga a salir y hacer ejercicio, que no sale de fiesta ni se queja por todo, o que te hace compañía, son argumentos que esgrimen los dueños de los canes para convencernos de que todo son ventajas. Y puede que tengan razón; los que tenemos hijos sabemos de qué va esto. Tal vez por eso, el empeño en «humanizar» a los perros, que es algo generalizado en toda Europa, parece algo más que una moda.
A los jóvenes les cuesta independizarse, les cuesta encontrar un puesto de trabajo estable y duradero, les cuesta encontrar pareja, les cuesta aceptar compromisos y les cuesta mucho asumir responsabilidades. Los perros, ya se lo dije, con su camisita y su canesú, con sus gafas de sol, con sus coles perrunos, con sus grupitos de whatsapp y sus perrifiestas de cumpleaños, se han convertido en un sucedáneo de la familia, pero también en un problema, y serio, en las ciudades.
No me refiero solo, a la necesaria regulación de impuestos por la tenencia de animales que ensucian —y de qué manera— las calles, ni tampoco a la ley de bienestar animal que permite que los perros campen a sus anchas en restaurantes, comercios, teatros, bibliotecas… estoy hablando de algo más trascendente. Los expertos advierten del daño que ocasiona a los animales el trato humanizado que les dan sus dueños, y lo señalan como una forma cruel de maltrato animal porque niega al perro la oportunidad de ser perro, con todo lo que ello implica.
Nadie ha pensado en el daño que les hacemos llevándolos en cochecitos de niños pequeños, sometiéndolos al ruido de los centros comerciales o estresándolos en la oscuridad de una sala de cine. Pero cualquiera lo dice, cualquiera levanta la voz en esta sociedad dogfriendly en la que los perros tienen casi más derechos que los humanos, aunque ni cotizan, ni producen, ni votan. Y cada vez son más.
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