COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

El caballo blanco de Santiago

Se realizan diecisiete exámenes distintos en un territorio español que cuenta con un distrito único universitario

La vida se paraliza en Corea del Sur cuando se celebra el Suneung. Las tiendas no abren, los bancos están cerrados, y los operarios de las obras se toman el día libre; no hay colegio y en aquellas empresas que se mantienen activas, los trabajadores ... entran dos horas más tarde. El examen de acceso a la universidad, considerado como el más complicado y exigente del mundo, tiene sus normas y sus liturgias. Los jóvenes coreanos llevan preparándose para realizarlo toda su vida y los profesores convocados a la corrección se ocultan en un lugar secreto, en la provincia montañosa de Gangwonk, sin contacto con el mundo exterior. En los días previos al examen, los templos budistas se llenan de madres que portan los retratos de sus hijos y rezan con la convicción de que sus plegarias reforzarán las posibilidades de estos de entrar en la universidad y de conseguir, al final, un buen trabajo. A la hora señalada, se despiden de ellos como si fuesen a la guerra, para seguir rezando durante las ocho horas que dura la prueba. Es tanta la presión a la que se hayan sometidos los jóvenes surcoreanos que muchos se abandonan al lado más oscuro y la depresión, la ansiedad y los sentimientos suicidas ocupan un lugar presidencial en muchos hogares del país.

En España la sangre aún no ha llegado al río pero amaga con desbordar el cauce de los acontecimientos. Ya lo sabe, cada año la realización de la PEvAU —llámese como se llame la Selectividad— ocupa más espacio en los medios de comunicación, ya sea por las siempre amenazantes notas infladas de Bachillerato, o por algún enunciado fuera de lo previsto, como ha ocurrido este año con el examen de Matemáticas II que ha sido impugnado por más de veinte mil firmas de alumnos y profesores que no entendieron bien qué se preguntaba.

Es cierto que la perversión de sistema de acceso universitario provoca cada años situaciones conflictivas y frustrantes en el alumnado, no solo por la nota de corte sino porque se realizan diecisiete exámenes distintos en un territorio español que cuenta con un distrito único universitario y que agranda la brecha entre las distintas comunidades autónomas. Es cierto que los jóvenes se juegan en una sola prueba su futuro académico y rascan décimas de donde pueden; pero también es cierto que el asunto se nos ha ido de las manos y que la pandemia aceleró un proceso que parece no tener marcha atrás.

Si durante los años de la llamada «selectividad covid», los alumnos tuvieron un amplio abanico de posibilidades para responder a los exámenes —más opciones, más dirigidas, más laxas—, la vuelta a la normalidad parece haber caído como un jarro de agua fría sobre sus cabezas y las cabezas de sus profesores, porque lo que a algún profesor de Estructuras Algebraicas para la Computación le parecía «un examen tan jodido», desde la UPO —universidad encargada de organizar la prueba— se insiste en que no había ningún error de formulación ni ninguna cuestión que avalase la impugnación.

Es lo que tiene reducir el esfuerzo a preguntar de qué color es el caballo blanco de Santiago. Y así nos va.

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