COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
Algeciras es parte de la solución
La marginalidad no es solo una cuestión de palabra, ni de obra, sino de omisión
Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa, que cantaba Serrat, es por lo que Algeciras forma parte de un imaginario colectivo que nos lleva hasta Estambul, y que nos recuerda que el Mare Nostrum ya no es tan nuestro como parecía, que no ... es el mismo Mediterráneo que nos unía y que los catorce kilómetros que nos separan de África lo han convertido en un mar ancho y ajeno. En las últimas horas, Algeciras, la que bien podría ser la novena provincia de Andalucía, la comunidad más grande del campo de Gibraltar, la eternamente olvidada por los gobiernos de Chaves, Griñán y Susana Díaz, la que espera, como la niña de la estación, a que se haga realidad la prometida mejora del tramo ferroviario que la una con Bobadilla, la que ya ni piensa en el pactado desdoble de la N-340 entre Algeciras y Vejer, la que lleva siglos llevando por bandera la convivencia entre distintas comunidades, se ha vestido de luto por el cruel asesinato de Diego Valencia, el sacristán de la parroquia de la Palma, a manos de un fanático –lo de terrorista que lo digan la investigación o la evidencia– religioso, en nombre de un dios que no es el mismo que el de los más de cuatro mil musulmanes que conviven en la localidad gaditana, –solo una parte de las 127 nacionalidades diferentes que hay registradas en la ciudad– de manera natural y pacífica sin que haya ningún tipo de conflicto por motivos religiosos.
Quizá porque el odio no necesita demasiado abono, resulta muy sencillo sembrarlo y cultivarlo. Basta con pronunciar un conjuro antiguo para que el «¿Cuántos habrá como él?» de Abascal se convierta en una cuestión primordial y pueda poner en peligro la convivencia lograda con mucho esfuerzo y voluntad conciliadora por parte de los vecinos. El presunto asesino de Diego Valencia entró en España de manera ilegal, vive en una casa ocupada, no se le conoce oficio, es de nacionalidad marroquí, musulmán, islamista radicalizado, había sido expulsado de una mezquita hace apenas diez días, y tiene tan solo veinticinco años. Todo eso es cierto, pero como bien dijo el presidente de la Junta de Andalucía –la única voz templada en todo este asunto– estas circunstancias no deben servir para establecer conclusiones erróneas, «no se pueden sacar consecuencias generales hacia colectivos que sean musulmanes o que tengan una procedencia de otro país», por el simple hecho de serlo.
De todo lo que sabemos sobre Yassine Kanjaa lo que me preocupa no es su nacionalidad, ni su religión. Me preocupa, y mucho, su edad, veinticinco años. Casi la misma edad que mi hijo mayor, pero sin las mismas oportunidades, un joven condenado a la marginalidad desde su nacimiento. Porque la marginalidad no es solo una cuestión de palabra, ni de obra, sino de omisión.
La omisión es mirar para otra parte para no ver el problema. Un problema que Algeciras, la ciudad tres veces nacida, ha intentado resolver llevando siempre sobre sus hombros el fracaso de la política migratoria de este país.
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