TRIBUNA ABIERTA
El precio pagado a Bildu
Quienes no queremos ni podemos olvidar los atentados de la banda terrorista debemos hacer lo posible para que generaciones de jóvenes que no vivieron esos hechos sepan lo que sucedió
Soledad Becerril
Era difícil imaginar que el partido que había heredado a la banda terrorista ETA, EH Bildu, sin vergüenza alguna, sin mostrar dolor ni pedir perdón por los asesinatos cometidos por sus predecesores inmediatos, como el cometido en 1998 contra Tomás Caballero, concejal de UPN en ... Pamplona, ahora ese mismo partido, en la misma ciudad, obtenga la alcaldía mediante la colaboración exigida al partido socialista.
Era difícil imaginar que un partido cuyos concejales y diputados fueron perseguidos por ETA, hasta acabar con las vidas de varios de ellos, diera el apoyo que Bildu necesitaba para hacerse con la alcaldía de una gran capital y quitársela a quien había conseguido mayor número de votos.
Y por si las víctimas producidas no fueran suficientes antecedentes es bueno recordar que EH Bildu prosigue con su programa de incorporación de Navarra al País Vasco y la posterior independencia de esa Comunidad Autónoma.
Hay que tener mucha dureza en el cuerpo y en el alma para ignorar el pasado inmediato de quienes han requerido la ayuda de los socialistas y pasar por encima de todos los sentimientos, recuerdos y programas electorales con el fin de apoyar la petición que se les hacía. Pero sucede que esa petición era una pieza clave para alcanzar el Gobierno de la nación. Bildu ha cobrado el voto de sus seis diputados en el Congreso al presidente del Gobierno a un precio muy alto, tan alto que no se atreven a hablar de ello.
Quienes no queremos ni podemos olvidar los atentados de la banda terrorista, las 864 víctimas, las familias que han destrozado y el dolor que han dejado en el entorno, debemos hacer lo posible para que generaciones de jóvenes que no vivieron esos hechos sepan lo que sucedía en años previos a la Transición y en los años setenta, ochenta, noventa hasta bien entrado el año 2011.
Somos muchas personas las que tenemos el deber de hacer recordar o sencillamente enseñar lo que sucedía no solo en el País Vasco sino en otras tierras, por ejemplo Andalucía, donde ETA mataba. Es parte de la historia de la España contemporánea, aunque no se quiera, increíblemente, hablar de ello en la ley denominada de Memoria Democrática. Esta ley es sectaria y parcial; no expresa los criterios de diversos historiadores sino la visión del gobierno socialista que en octubre de 2022 quiso narrar una historia oficial desde la Guerra Civil hasta la entrada en vigor de la Constitución de 1978, mediante una ley. Esto no es propio de una democracia.
El próximo día 30 de enero se cumplirán veintiséis años del atentado cometido por ETA en la ciudad de Sevilla. ETA asesinó al concejal de la capital y teniente de alcalde Alberto Jiménez-Becerril y a su mujer Ascensión García Ortiz, procuradora en los tribunales, en la calle Don Remondo, cuando llegaban a su casa con unas rosas en las manos que llevarían sus niñas al colegio para conmemorar el Día de la Paz. Una paz para unas niñas que perdían a sus padres de la forma más cruel y sanguinaria. Mayor contradicción no cabe imaginar.
Una placa de mármol, con un texto que redactamos con dolor y con rabia, rememora el lugar donde fueron asesinados aquella noche Alberto y Ascensión.
Y hoy los autores del atentado están en cárceles próximas al País Vasco y pronto estarán en la calle, consecuencia de medidas penitenciarias benévolas para con quienes no tuvieron piedad ni vergüenza al disparar por la espalda a dos jóvenes, pues obedecían órdenes, entre otros, del personaje Otegui que fue y es líder ideológico de la estrategia que sus «soldados» debían llevar a cabo. Ahora ese líder dirige el camino que EH Bildu tiene que seguir para que se olvide el pasado y la coalición se presente como una «coalición de progreso» de la democracia.
El olvido que se pretende y el progreso del que nos hablan es lo que muchos no aceptamos porque Bildu significa justamente lo contrario: un proyecto destructivo, un proyecto que pretende el olvido del mal cometido, un proyecto que ni reniega ni se avergüenza de la crueldad ejercida y parece satisfacerse con actos que humillan a las víctimas que se producen con frecuencia.
El partido socialista ha cambiado mucho, tanto, que ya no se acuerda de sus compañeros muertos, ni de los escoltas que los acompañaban, ni de los jueces asesinados, ni de los profesores que impartían docencia, ni del periodista muerto con su periódico en la mano, ni de los secuestrados que han tenido que hacer esfuerzos ímprobos para sobreponerse, ni de los ciudadanos que iban a su trabajo o compraban en un supermercado, ni de los militares a los que pusieron bombas en los vehículos, ni de los niños malheridos que sacaron en brazos los guardias civiles de un cuartel destrozado. La relación de asesinados es tan larga que una siempre que escribe sobre esta materia tiene la sensación de ser, incluso, demasiado benevolente tras haber escuchado a familias de las víctimas contar su desgarro, el destrozo de sus vidas, el dolor y la tristeza que siempre los acompaña.
Este partido socialista parece que ha perdido la memoria; ya no es el que luchó contra el terrorismo con todas sus fuerzas. Es un partido distinto, dedicado a la propaganda y abrazado a todo aquel que le da un voto, aunque no le pueda mirar a la cara.
Exdefensora del Pueblo
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