DESDE LA CORNISA
Vuelta al pueblo
Abandonas la realidad urbanita para adentrarte en un universo paralelo anclado en una sabiduría apegada al terruño
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Iniciar sesiónCon la llegada de las vacaciones, se repite el mismo viaje sin retorno al lugar donde se hunden las raíces familiares. El bendito pueblo que nos proporciona refugio estival sin tener que embargar la nómina. Quien tiene pueblo para el verano y fiestas de guardar, ... tiene un tesoro. Abandonas la realidad urbanita para adentrarte en un universo paralelo anclado en una sabiduría apegada al terruño y a la supervivencia vital de unos lugares sobre los que pende la misma amenaza desde hace demasiados años: la despoblación que acabe con sus últimas almas.
Por eso, aquí, tan cerca del cielo pero lejos de la orilla del mar, los parroquianos no gastan saliva en los temas que nutren los informativos nacionales. En estos lugares la preocupación es mucho más próxima, casi adherida a la piel como el mal presagio de la lluvia que va a destrozar la cosecha; los problemas de conexión para que los pocos jóvenes que quedan no decidan marcharse a la ciudad; o la escuela, ay la escuela, donde se celebra cada nuevo niño que entra como un triunfo, pero se llora la marcha de quien deja mucho más que un pupitre vacío.
En estos rincones, con una capacidad portentosa de resituarte en la vida con unos cuantos guantazos de realismo, los vientos xenófobos que soplan prometiendo deportaciones no penetran porque la realidad les da una lección diaria de tolerancia hacia el extranjero. En estos pueblos, tan lejanos del Congreso, los inmigrantes poco a poco van tirando de una población envejecida sin recambio generacional propio. Ves a ancianos, antaño hombres y mujeres aguerridos que pelearon con el ganado en la montaña, que ahora son dependientes de unas manos externas que les ayuden para todo. Y ellos han confiado la compañía de sus últimos días en extranjeros que han venido a cuidar a una generación de españoles.
Aquí se aprietan los puños con la fuerza de la indignación no por las fechorías de políticos corruptos sino por la muerte sin sentido de un joven agricultor. «Necesitan del campo pero no lo cuidan», maldice un paisano en la puerta del bar. La historia de David Lafoz debe ser conocida y reivindicada. Un chico de apenas 27 años que optó por el camino más difícil: subirse al tractor en lugar del turismo y dedicarse a un negocio tan incierto como es la agricultura. Se quitó la vida porque como él mismo dejó por escrito, no aguantó más la presión. Estaba harto de inspecciones fiscales y laborales -implacables con los débiles, suaves con el poderoso-, de trabajar 18 horas «para no vivir», de discutir todos los días. Y a pesar de ese cúmulo de circunstancia adversas se remangó para ayudar en el desastre de la Dana de Valencia. David simboliza a la perfección a la gran España olvidada de los discursos políticos. La España que sí nos representa.
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