El triunfo de nuestra paisana
A Melody le queda el consuelo de una carrera relanzada y una agenda apretada de conciertos
Admito que a mi Eurovisión me parece un peñazo de dimensiones colosales donde lo que menos se juzga es la calidad de un artista. Pruebe a hacer este experimento y entenderá a la perfección lo que le digo: Trate de tararear al menos las últimas ... canciones que han ganado el certamen. No es necesario que se vaya muy lejos en el tiempo, simplemente intente recordar el último lustro y le va a costar un mundo poner voz y rostro a los ganadores, si llega a hacerlo. Y eso ocurre porque son temas irrelevantes, mediocres que no sobreviven ni a la mitad de un verano de verbenas de pueblo.
En 2017 saltó la sorpresa, cuando un chico portugués cantó aquella delicia que te acariciaba los oídos sin más atrezo que su sola presencia en mitad del escenario. No vi la actuación de Salvador Sobral hasta el día siguiente de la final, cuando un colega me advirtió que algo parecido a un milagro había sucedido en Eurovisión. No daba crédito que aquella propuesta tan antieurovisiva pero auténtica se hubiera hecho con la victoria. A pesar del hallazgo tampoco me reenganché al festival.
La gala en directo hace años que no la sigo, salvo por motivos laborales. Pero este fin de semana y sin que mediara el trabajo lo hice y fue por culpa exclusivamente de nuestra paisana. Yo, como muchos, no le habíamos prestado atención a Melody, a la que confieso que había dejado congelada en mi memoria siendo una chiquilla que peinaba trenzas y cantaba lo del gorila. Sin embargo, en los últimos días me reencontré con una artista adulta de voz portentosa, simpatiquísima, con la cabeza muy bien amueblada, que además reflexionaba con mucha sensatez en sus entrevistas. Después me enteré que llevaba años peleando por hacerse con un sitio en el mundo de la música y que había soñado desde pequeña con participar en Eurovisión. Y su historia me encandiló. Súmale a todo eso que el estribillo de su canción se te adhiere como pegamento desde la primera vez que lo escuchas.
Así que me tragué la gala. La actuación de la cantante nazarena me gustó mucho. Pero su show se vio atrapado por el uso político de un festival donde sólo deberían ponderarse criterios artísticos. Y la edición de 2025 no fue la excepción. No puedo decir con rotundidad que la sevillana fuera la mejor, pero que la mayoría de sus rivales eran auténticos coñazos musicales, incluida Israel, me atrevo a calificarlo de argumento incuestionable. A Melody le queda, al menos, el consuelo de una carrera relanzada y una agenda apretada de conciertos.
España es de los países que más dinero aportan a Eurovision; lo que le garantiza estar siempre en una final que no gana hace más de medio siglo. Esos millones que se pierden allí, bien podrían usarse en otros menesteres más loables como invertir en la formación musical de nuestros hijos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete