desde la cornisa

Se llamaba Zahra y tenía un sueño

Jornalera de 47 años, llegó a España en busca de un horizonte que se tornó en vacío negro. Su trágica muerte ha destapado la peor cara de algunos de sus vecinos

Zahra se llamaba la última víctima de la violencia machista en Andalucía. Al menos mientras escribo estas líneas porque esta lacra social que algunos y algunas tratan de restarle importancia, engulle vidas con la voracidad de un depredador en ayunas.

La protagonista de esta columna ... era ejemplo de un sistema que permite todos los años aportar la mano de obra necesaria para la recolección de los campos agrícolas onubenses. Sin el trabajo de tantas mujeres extranjeras, sería prácticamente imposible sacar adelante los cultivos de los preciados frutos rojos de Huelva. Por eso las empresas llevan reclamando hace varios años que se aumenten los cupos de contratación porque no hay cobertura de trabajadores nacionales. Para el español medio del siglo XXI, el campo es tan sólo sinónimo de lugar de esparcimiento y ni se plantea trabajarlo como sí hicieron sus antepasados.

El sistema de la contratación en origen ha facilitado una salida laboral a muchas temporeras que en sus países no tenían ni tan siquiera una oportunidad. Zahra la supo aprovechar y tras varias años de idas y venidas entre Marruecos y Moguer, en 2017, hace ya casi diez años, se afincó de manera definitiva en la localidad onubense, donde vivía y trabajaba.

El horizonte se iba despejando de tal manera para esta madre divorciada marroquí que hace un año se pudo traer a su hija adolescente. Zahra tenía pareja, también inmigrante, pero con la libertad individual que nadie puede arrebatar, decidió romper su relación. Aquella decisión le ha costado la vida.

El Ayuntamiento de Moguer convocaba un acto de repulsa y un minuto de silencio que incomprensiblemente algunos vecinos censuraron a través del medio que usan solo los cobardes: las redes sociales. Algunos criticaban con la miopía del racista que se tuviera ese gesto «con una persona de color, que da votos» o comparando ese crimen execrable con otros hechos violentos como si a esta altura de la película hubiera que explicar que la violencia machista es un problema estructural que va más allá del crimen en sí; y que hunde sus raíces en esa creencia transmitida durante siglos de considerar a una mujer, ya sea blanca, negra, española o extranjera, propiedad de un hombre, ya sea blanco, negro, español o extranjero.

Para ser justos, hubo también otros muchos vecinos que se enfrentaron a esos comentarios que ni tan siquiera tuvieron el mínimo de empatía para ponerse en la piel de esa adolescente que acababa de aterrizar en un país extraño para estar junto a su madre, a quien ya no podrá ver nunca más. Y que sigue viva y recibe ese odio en forma de comentarios.

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