Sevilla al día

Aquí una guiri

Los datos macroeconómicos no pueden hacer olvidar que los excesos destrozan lugares

ESTE mes, la guiri soy yo, aunque todos los veranos regrese al mismo lugar donde antaño nacieron mis abuelos y mis vacaciones sean más un ejercicio de mudanza temporal que de viaje hacia lo desconocido. Mi refugio es un rincón hermoso en la comarca leonesa ... del Alto Porma, en el parque regional Montaña de Riaño y Mampodre y a las puertas de los mismísimos Picos de Europa.

En esta zona conviven a pocos kilómetros y a mucha paciencia al volante localidades que sobreviven a los efectos devastadores de la despoblación gracias a los visitantes. En esta otra España no hay debate sobre la necesidad del turismo. Una estación de esquí y un entorno natural de belleza insuperable son los asideros a los que está enganchada la economía local para que las casas con vida, aunque sea por temporadas, sigan siendo mayoría frente a las casonas cerradas para siempre a las que el paso del tiempo las acabará tumbando si nadie lo remedia antes.

Aquí, en mi paraíso particular de nombre Cofiñal, no saben lo que es la masificación. También por eso, el placer de disfrutar de lugares hermosos sin pegarse codazos forma parte de su encanto. No muy lejos de aquí, en zonas más conocidas para el turismo de masas como la vecina Asturias, a los lugareños se les tuerce el gesto llegado julio. «Cómo se nota que estamos ya en verano, cola en el súper», mascullaba entre dientes un vecino de Cangas de Onís detrás de esta guiri responsable de hacerle perder más tiempo del acostumbrado en sus quehaceres diarios. En esta parte asturiana, actividades como el descenso del Sella, congrega a centenares de miles de turistas, impactando claramente en la población local donde no existe riesgo alguno de desertización social.

Por eso, desde esta perspectiva privilegiada se ve claramente lo pueril de establecer un debate sobre la conveniencia del turismo en un país con una fuerte dependencia económica en esta industria. Sospecho que esas mismas personas que lanzaban agua a los guiris en Barcelona preparan ya las maletas para vestirse de visitantes y si no pueden, sueñan con hacerlo algún día. Pero los datos macroeconómicos no pueden hacer olvidar que los excesos destrozan lugares, expulsando a sus vecinos. De ahí la necesaria imposición de límites y de tasas cuyos ingresos redunden en la conservación de esos espacios. En Sevilla ya va siendo hora.

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