La Feria que ya nunca más viviremos
Seguramente me falta espíritu y albero en mis venas, pero cuánto echo de menos aquella Feria de mi infancia
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Iniciar sesiónEl día grande de Feria en mi familia siempre fue el domingo por la mañana. Mis padres trabajaban toda la semana, los niños íbamos a clase de lunes a viernes y para serles sinceros, el ambiente del hogar fue más proclive al incienso que a ... las sevillanas y eso al final determina la impaciencia que tiene uno en las vísperas de cada acontecimiento. En mi casa había ansiedad en cuaresma pero nunca se celebró una preferia o un lunes de pescaíto por puro desinterés en los farolillos.
Nunca tuvimos caseta propia, de esas que llaman auténticas, que suelen tener un único módulo y cada socio tiene hasta su propio armario para guardar sus cosas. La nuestra era colectiva, de las que cuestan poco al bolsillo porque el número de socios constituye una legión. En nuestro caso, las familias de los trabajadores del antiguo Banco Hispanoamericano.
En esa caseta, la última mañana de Feria se celebraba la fiesta para los niños. Un grupo de payasos entretenía a los más pequeños mientras los padres preparaban las viandas en las mesas. Sí, en mi caseta era tradición que aquella mañana, las familias traían su comida transformando el patio de mesas de madera y sillas de enea en un inmenso almuerzo de hermandad. El casetero, que contaba las horas para echar la baraja, hacía caja también ese día vendiendo bebidas y por supuesto comida, porque siempre había quien se quedaba corto en las cantidades guardadas en los tuppers.
Cuando acababan los payasos, los niños correteábamos por la acera mientras los adultos refrescaban las gargantas con la tranquilidad absoluta de no perder de vista nunca a los hijos porque no había marea humana que se interpusiera en el horizonte. Desde la cancela de aquella caseta de mis recuerdos en Gitanillo de Triana, disfrutaban mis padres sentados tranquilamente del espectáculo de un paseo de cabellos en permanente movimiento, sin los atascos de ahora ni ese colapso equino que atrofia las arterias del Real.
Hace pocos años y movida por esos recuerdos, quise acudir con mis hijos a una de esas fiestas infantiles que se siguen celebrando. Quería transmitirles a mis pequeños aquellos momentos que para mi son oro puro. A pesar de no ser feriante, los domingos de Feria forman parte de los recuerdos más bonitos de mi vida. Pero no tardé en darme cuenta que aquello que viví ya nunca volverá. Nos topamos con una bulla insoportable, arisca, de la que expulsa más que cautiva.
Este año lo he vuelto a intentar, por aquello del regreso al modelo clásico y apostando por una jornada previsiblemente floja. Pero nadie se había ido a la playa. Seguramente me falta espíritu y albero en mis venas y me sobran años, pero cuánto echo de menos aquella Feria de mi infancia.
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