Suscríbete a
ABC Premium

Antonio García Barbeito - LA TRIBU

El Vao

Entonces, por El Vao pasaban, si acaso, cuatro o seis hermandades, y al Rocío peregrinaban apenas treinta

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Ni el río Quema, ni el río Guadiamar, ni siquiera el río: El Vao. Así, por antonomasia: El Vao. Estaban los rincones: el Rincón de Santana, el Rincón de Rojas. Y otros nombres: La Escobea, Los Pajerones, La Patera, Los Molinos. Y estaban las pasadas: ... la pasada de Huévar, la pasada de Jeromo, la pasada del Toto, la pasada de Valdegallinas. Estas pasadas eran vados, pero el nombre de Vado —Vao— siempre fue exclusivo del paso del río por las tierras entre Quema y Manchazudillo: El Vao. Quienes hemos nacido en el término, los nativos que hemos oído hablar de él desde que nacimos, nunca hemos necesitado ponerle apellido ni cambiarle el nombre. Sabíamos que era único, como otro río. Y sabíamos que era el mismo río que bañaba las vegas a las que asoman los altos cerros albarizos por donde el ferrocarril traza sus líneas curvas con precisión de compás; el mismo Guadiamar de nuestros baños en las playas irrepetibles de El Molino de Roca, El Barbero, el Charco del Palomo, el Charco del Maireno… Lo sabíamos, sí, pero también sabíamos que por allí, por Quema, el Guadiamar se agachaba —columpio de agua— y perdía gustosamente su nombre para llamarse El Vao.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia