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Soledad

Cuando yo te conocí, ya estabas tan acompañado, a cualquier hora, que incluso había centinela nocturna en los candelechos y en el sombrajo de la era

Antonio García Barbeito

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Cuando yo te conocí, muestrario de mis asombros más espectaculares, sonora belleza de mis primeras imágenes literarias, prudente hermosura toda hecha rastrojos o, si de regadío, fresco verdor; altísima osadía temblona en el pimpollo de los chopos. Cuando yo te conocí, olor a manchón —que ... si poleo, que si mastranto—, muda sonaja de ramas cuajadas de aceitunas; apretada ambrosía de los racimos haciéndose bajo una camisería de hojas en la cepa. Cuando yo te conocí, invisible sábana de fuego en el llano y en los caminos; sombra de alameda pespunteada de pío-píos; grama fresca de las lujuriosas veras del río, siempre estabas con la compañía de alguien: los hombres que faenaban en la era, los que recogían el maíz, los que regaban el tabacal o el algodonal, los que cuidaban los matos, los cabreros, los vaqueros, los pastores, los porqueros, los que iban al cercado a recoger frutas, los que iban a su viña o a su olivar… Cuando yo te conocí, ya estabas acompañado, a cualquier hora, que incluso había centinela nocturna en los candelechos y en el sombrajo de la era. Acompañado te conocí y acompañado te vi siempre, siempre.

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