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Saber escoger

La solitaria salía de su casa y a su casa volvía sin dejar en nadie ni conversación ni un buenos días

Antonio García Barbeito

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Todos los años hacía lo mismo: desde que el verano olía a finales de julio y agosto, las tardes que la marea invitaba con voz amable a dar un paseo, o las mañanas frescas, ella salía al campo, sola, rebuscando no sé qué en los ... vallados, en los pies de los olivos, en el manchón cercano al río. Era una mujer solitaria, rara, que vivía a las afueras del pueblo en una casucha que cerraba el pueblo y abría el campo. Muchacha que arrastraba una viudez de novia desde que llegó aquel parte que decía que su muchacho había muerto en el frente, por heridas de bala, iba siempre vestida de negro y de silencio; jamás se asomó a una fiesta local, jamás la vieron reír. Salía a la puerta para comprar el pan y dejar el cántaro en el poyete -y una moneda de un real sobre la corcha-, para que los aguadores se lo llenaran. Pero cuando llegaba el verano que lo pinta todo pajizo y además se adorna con verdes de aceitunas y racimos, ella salía muchas mañanas y algunas tardes al campo, y nunca me expliqué bien a qué. Ni yo ni los hombres que trabajaban las tierras: «Esa es una rara que va por ahí rebuscando vaya usted a saber qué, si en el campo nada más que hay pasto…»

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