La pluma del Abate Marchena
¿Qué ocurre con la ciudad y sus estatuas? ¿Quién destroza la memoria de los grandes personajes?
Al amparo de la ignorancia oscura de la noche alguien ha doblado la pluma de acero de la estatua del Abate Marchena que acaba de colocarse en su pueblo natal de Utrera. Qué triste acto de vandalismo torcer la pluma que simboliza a un personaje ... que luchó por la libertad de las ideas, que destacó como agitador político y excelente erudito y que fue el traductor de Rousseau, Voltaire y Montesquieu. José Marchena intentó acabar con las telarañas del pasado, la intolerancia y el atraso en una época convulsa en la que Europa intentaba romper con el Antiguo Régimen. Por eso fue convenientemente olvidado y arrojado a la fosa de los heterodoxos. Más de dos siglos después han intentado romper su pluma en su pueblo.
Es probable que el bárbaro que intentó destrozar la pluma del Abate Marchena no sepa ni siquiera quién fue. El cerebro de un ignorante es un inmenso desván lleno de aire, humo y nada. Pero el vándalo es también un personaje habitual en nuestro paisaje. En 2016 tiraron la estatua de Antonio Machado que tanto costó colocar en la puerta del Palacio de Dueñas y al Mozart de Rolando Campos alguien le robó el violín una madrugada. Siempre la noche oscura de la ignorancia...
Los ojos ciegos de las estatuas tienen miedo a la noche. Lo saben los personajes en bronce que agradecen la altura de sus pedestales porque evitan -o al menos dificultan- el encuentro con el vándalo. En la noche dialogan con alivio los genios desde sus pedestales de vértigo. Zurbarán desde la Plaza de Pilatos, Velázquez en la del Duque y Murillo en el Museo.
Pero son estatuas con suerte, porque sólo reciben el desprecio de las palomas, que es el inevitable destino asumido por toda estatua. La historia triste es la de las estatuas que no existen: la de Manuel Machado, Blanco White, Fernando de Herrera, Luis Cernuda... Sufre la ciudad el más terrible de los vandalismos: el del olvido. Olvido de estatuas y de calles.
Sevilla padece del vandálico olvido de las estatuas y de las calles, como se ha demostrado con la desaparición de nombres históricos en el callejero. Hay infinitos ejemplos de desmemoria. La calle en la que estuvo en el siglo XVI la imprenta de Cromberger, de donde salieron las primeras prensas a América, se llama Pajaritos. Pajaritos era el nombre de una taberna que hubo allí en el siglo XIX. Y esa desmemoria de la ciudad es un acto de vandalismo que guarda la misma historia de ignorancia que la pluma rota del Abate Marchena.
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