TRIBUNA ABIERTA
Es sencillamente fascinante
No puedo rendirme por muy solo que a veces me sienta, por muy lejos que me encuentre. No desfalleceré, porque nací para esto: vivir con todas mis ganas
Paco Pérez Valencia
-¿Qué haces en la Universidad? —Inspiro almas —¿Cómo se hace eso? —Con deseo. El deseo otorga un enorme poder. Deseo con todas mis fuerzas que el mundo se pare y sea capaz de escucharse. Me pongo frente a él y le entrego mi tiempo, ... le atiendo, le miro a los ojos, trato de retenerlo conmigo, pintándolo, dibujo el vacío, la nada, lo incierto, a veces bailo, agradezco todo lo mínimo y convivo con otros locos que hablan, debaten, escuchan, me conmueven, escriben, comunican, dejan huellas por todas partes y engrandecen la memoria.
Deseo construir ese ágora, ese lugar sagrado donde soñar el mundo desde la Universidad, con todos los que miren los márgenes, desde la frontera, desde las líneas invisibles que nadie quiere franquear porque tienen miedo, porque están lejos de un sistema que se cree sólido, porque son fugaces, como las estrellas, como los cometas y las naves exploradoras.
Nunca he sentido más la dicha de vivir que en las palabras agradecidas de mis jóvenes capitanes, cuando se descubren fuertes, bellos, enamorados del mundo, capaces de darlo todo, con osadía, con emoción. Ahora -les insisto- hará más falta que nunca la imaginación, el talento, el hambre de vida y el amor por ella. Todo está en sus manos. Sí, creo en el mundo, porque les veo cerrar los ojos y soñar. Sueñan con las galaxias a su alcance, entregados desde cuanto aman. Han aprendido de todo esto. Me lo dicen con cada gesto. Yo les insisto: cuiden del mundo, rompan sus límites, celebren cada mínimo triunfo, perdonen, perdonar es de fuertes. Y así pasamos juntos nuestros mejores días.
Comparto con mis padres todo lo bueno, les cuento cuanto vivo en estas aulas, que me siento bendecido, agradecido a mis viejos maestros que me dieron la fuerza de amar todo esto y me descubrieron los libros que me acompañarían siempre. Nada me sería más grato que salpicar mi espíritu con algo de la humanidad de Camus y de la bondad de Levi, de la imaginación de Ulises y el honor de Héctor, de los valores de Marco Aurelio y de la determinación de Shackleton, un poco de toda esa cosecha que me llevé conmigo con aquellas fascinantes lecturas cuando más lo necesitaba. ¿Y todavía me preguntas que por qué soy así? Porque no puedo vivir de otra manera que agradecido.
Quiero que todos sepáis que siento la deuda y que alcanzo a valorar todo este océano de vida que se me ha regalado, que nada lo quiero si no es para servir a otros, como el poema más bello o la oración más reconfortante.
Que mi vida se merezca todo esto —me digo una y otra vez—. Que viva tanta dicha mereciendo cada instante. No puedo rendirme por muy solo que a veces me sienta, por muy lejos que me encuentre. No desfalleceré, porque nací para esto: vivir con todas mis ganas.
Lo celebro. Lo celebraré junto a ti, sí, porque la vida necesita de quienes la aman, precisamente porque estamos en guerra, porque hay un mundo que sufre, porque algunos no se rinden al tirano, porque muchos agradecemos la emoción sincera, porque deseamos acompañar al que se siente solo, porque algunos podemos ser voz de los que no pueden ser oídos, porque sentimos el pulso de lo insignificante y nos mueve lo que de verdad importa.
Cada uno de mis estudiantes, capitanes de vida, me han mostrado el camino cada día en las aulas. Han ganado por conquista el espacio de la confianza, han luchado por ella. Ni uno queda atrás. El valor constante no puedo medirlo, pero ha sido enorme. Han rebasado todos los límites creativos y han dado lo mejor de cada uno, superando todas mis expectativas —que por cierto, siempre son altas, únicas—. Merece la pena todo el esfuerzo por cada instante entregado, por cada uno de ellos, muy jóvenes y muy ciertos. Les admiro tanto. Quiero verme reflejado en esos corazones nobles, estar a la altura de cuanto pueden, convidar como hacen ellos, hacerles ver que el mundo les necesita, que tras una brutal pandemia y una injusta guerra, las razones para vivir con todo, entregados a la vida, es nuestro proyecto más relevante. Lo demás no importa.
A todos esos navegantes de mares tempestuosos, a veces, oscuros, a todos los expedicionarios que soñaron con ensanchar el mundo, a todos los artistas que descubrieron al alma de las cosas en las fragancias más sutiles, a todos los que hacéis que esta casa ignaciana sea un manantial de vida: gracias, por existir. Recordaré vuestros nombres siempre.
(*) Paco Pérez Valencia es profesor de la Universidad Loyola
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