TRIBUNA ABIERTA
La Cultura o la Vida
La Cultura es esencial. No es espectáculo, ni ocio. La Cultura es la Vida y como tal debe ser correspondida desde los Gobiernos, las administraciones, las escuelas y las universidades
Paco Pérez Valencia
Gracias. Gracias por brindarme todo cuanto necesitaba para vivir, para no morir sin más. Gracias por hacerme sentir la dicha de estar aquí, de disfrutar de todo este poder, de toda esta belleza. Gracias por hacerme levantar cuando me creía vencido, cuando lloraba en soledad ... y creía que todo se acababa. Gracias por mis padres, que me entregaron un patrimonio en aquella cartulina blanca, que siguen desvelándose por mí y hoy tengo la edad de cuando ellos se sentían plenos y fuertes. Ahora soy yo quien miro por ellos con la devoción de un padre. Mi hijo, mi amor, mis cosas, están conmigo. Y todo cuanto consideré imprescindible siguen vivos en mi alma. Ya no hay miedo y te lo debo a ti. Historia de las historias, motor de vida, emoción del mundo, imaginación.
Es la Cultura o la Vida. Es ahora cuando muchos otros reconocen que la Cultura les ha salvado, en medio de la nada, de tanta miseria de espíritu, de tanto dolor. La vida pide vida. No podemos escudarnos en esta pandemia en la que vivimos cada vez más anestesiados por la nada, para rendir la Cultura. Es cuando más falta nos hace. Necesitamos museos abiertos, más obras creadas, representadas o compartidas. Si no hay Cultura no tendremos nada. Y para resistir en esta lucha, ahora lo sé, lo que realmente necesitamos es amor.
Amor. Amor por la vida. Ese que no precisa de motivos. Como el verdadero Arte. Como la creación honesta. Muchos siguen creando como si les fuera la vida en ello. En medio del páramo en el que estamos, el mismo en el que estábamos -no lo olvidemos-, la Cultura siempre lucha por existir sin el amor de quienes la intermedian, de quienes la representan, en instituciones huecas, en impresionantes arquitecturas decadentes, incapaces de generar vida, porque ya no hay amor en ellos. No podemos excusarnos en la pandemia, ni en la falta de recursos, de dinero, de tiempo, ni siquiera de talento -aunque esta excusa nunca se la reconozcan-. No podemos porque no hay amor. Si lo hubiera, cualquier Gobierno daría alas a cuantos construyen los sueños, incentivarían lo pequeño, lo insignificante; buscarían recursos entre tanto fango; darían valor a las artes y las humanidades, la filosofía y el pensamiento creativo, como motores sociales, como máxima expresión humanista de la felicidad buscada; las universidades provocarían al presente imaginando el futuro; las empresas se vestirían de color, con fragancias musicales capaces de generar emoción entre quienes la trabajan; los hospitales abrirían las puertas a esa misma vida, la que hace que nuestros cuerpos se sanen más rápido, con más calidad, porque nuestro espíritu se fortalece. Si fuéramos más valientes exigiríamos vida a la vida y en eso, la Cultura, el Arte, son indispensables.
Seguimos alabando el acompañamiento de la Cultura en estos días frágiles, abandonados en nuestras casas, como si la espera inactiva nos salve de este mal. Y puede que sobrevivamos algunos, ¿pero cómo? ¿Cómo sobreviviremos sin algo por lo que agradecer la vida en estos días? Debussy, Ford, Camus, Pasolini, el teatro actual, canalla resistente, Martín Garzo, Montaigne, Ordine, Iwasaki, mis pinturas náufragas, mis lápices prestos como lanceros bengalíes, mis libros silentes, esperándome aún, los poemas de Cavafis, Bukowski, Vélez, Lope de Vega, Bolaño, Gata Cattana, Parrón, Szymborska, Hölderlin o Dickinson, mi bella Emily, recogida como yo, en su habitación de luz. Nunca sabréis cuánto significasteis para alguien como yo, un sencillo hombre del Sur agradecido, un náufrago.
Me enervan las excusas de quienes deberían fomentar esa Cultura con toda la artillería. Les desprecio y les compadezco. Ser artista, creador de cuanto sea y surja de la nada, hoy es una dichosa locura. Todos han agradecido la lucha. Todos han recibido sus bondades, acompañados en casa, arropados, reconfortados con nuevas formas de expresión, con una tecnología reinventada, capaz de mostrarnos un teatro distinto, una poesía telefónica, cientos de podcasts con historias extraordinarias, que nos hacían cerrar los ojos y vivir, y seguir viviendo.
La Cultura es esencial. No es espectáculo, ni ocio. La Cultura es la Vida y como tal debe ser correspondida desde los Gobiernos, las administraciones, las escuelas y las universidades. Los artistas aman con tanta verdad que resulta desesperante. Lo hacen a cambio de nada, incluso asumiendo costes ajenos al mundo en el que viven. Muchos, más de lo que se imaginan, pagan por trabajar y lo hacen a cambio de nada, solo una mínima consecución o logro personal, suficiente como para dar gracias al m undo, al Dios de los hombres, a la misma existencia. Aquí siguen, entre nosotros, los verdaderos héroes de nuestro mundo. Y seguirán en lucha hasta que todo acabe.
El Arte es posiblemente, la más bella oración jamás ofrecida por los hombres y mujeres de nuestro mundo conocido. Dios está aquí con cuerpo de verso, recordándome que la vida es mucho más sagrada que las nimiedades de las que me hago rodear, que los miserables intereses de los partidos, que las estúpidas disputas políticas, que el amansar riquezas y prebendas.
Amar en los tiempos del cólera, oír los cantos de sirena, disfrutar del banquete de Platón, navegar junto al Magallanes de Zweig, agradecer la cena de las cenizas, recordarme cada día si esto es un hombre, luchar contra gigantes al lado del bravo caballero Don Quijote, construir cabañas y refugios como Robinson Crusoe, volver cada día junto al principito, el tiempo que perdí por mi rosa… me hizo amar Ítaca cuando ya nada tenía que darme.
Aby Warburg vendió su primogenitura a su segundo hermano por la biblioteca familiar. Yo he decidido ceder mi tiempo, mi tesoro, por un color secreto, por un verso suelto capaz de electrocutar la vida, por el garabato de un niño en el que seguir mirándome. Es la Cultura o la Vida.
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