TRIBUNA ABIERTA
Una sillita al sol para Elena Poniatowska
Amiga de Neruda, Cortázar, Mutis, Paz y García Márquez, epígono del boom, trabajadora infatigable, Poniatowska ha reparado siempre al débil, al desvalido, la causa justa
Miguel Polaino-Orts
En 1942, hace ahora 80 años, Paulette Amor, francesa de padres mexicanos, abordaba en Bilbao el ‘Marqués de Comillas’ rumbo a ultramar. Con ella, sus dos hijas menores, Elena y Kitzia. Quedaba en una Europa incierta su marido, Jean Poniatowski. Durante años Paulette escribió, en ... inglés y francés, unas memorias que su hija mayor tradujo y publicó, con el título de ‘Nomeolvides’, en 1996: la crónica del descubrimiento, el esbozo de un nuevo mundo. La joven Elenita mostró, desde niña, una insólita curiosidad. La llegada al continente americano le marcó. Descubre «la inmensa vida de México», la leyenda inaudita del «México mágico». Aprende el español en la calle, oyendo rondas con aroma de tragedia. La mezcla de español y náhuatl la hizo escritora. «¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro?», dice, pero se sorprendió a sí misma pronunciando Nezahualcóyotl, Cuauhtémoc o Popocatépetl.
Frente a la arrogancia francesa le subyuga el colorido del país y la humildad de los mexicanos más pobres. Ejerce pronto su profesión de periodista y trasiega la ciudad descifrando el misterio de la gente. «Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle», confiesa ahora. Excelsior la contrata para hacer 365 entrevistas en un año, la primera al poeta y filósofo transterrado Ramón Xirau. Cobraba menos que su cocinera y gastaba todo en los peseros (autobuses) locales. Se vincula con los intelectuales del país: Diego Rivera, Álvaro Mutis, García Márquez, Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, y frecuenta a los exiliados españoles: de Luis Buñuel (para quien Elena era su «amor platónico») a Pedro Garfias («extrovertido y locuaz»), de Max Aub a Federico Álvarez, de Juan Rejano a León Felipe (que, mesándose la barba, gritaba a su mujer «Bertuca, Bertuca, ven a ver a una rusita»). A Cernuda lo ha recordado —«guapo y coqueto»— en la casa de Concha Méndez y Paloma Altolaguirre en Tres Cruces, de Coyoacán, «asoleándose en el jardín».
Ha entrevistado a reyes, presidentes, ministros y embajadores pero también a una indígena de Oaxaca, al pobre de la calle, al talabartero de la esquina. Ahí aflora su espíritu periodístico verdadero y su escritura registra la tonalidad de esa tierra ancestral. Conciencia moral, cronista del pueblo, voz de silenciados, víctimas y preteridos, celosa denunciadora de la realidad triste e injusta, Poniatowska se ha convertido en estas siete décadas en la gran notaria de la iniquidad latinoamericana. Su icónico libro La noche de Tlatelolco, de 1971 —obra maestra de la ‘nonfiction novel’, denuncia coral de la matanza de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas de México en 1968— es un deber ético de reparación cívica a una generación de estudiantes. Le siguen otros textos sobre seísmos, asaltos y abusos de poder, y novelas admirables donde conjuga análisis antropológico, denuncia social y recreación biográfica de personajes como Leonora Carrington, Diego Rivera, Lupe Marín, Tina Modotti o Guillermo Haro, que le valieron el Premio Cervantes 2013.
Amiga de Neruda, Cortázar, Mutis, Paz y García Márquez, epígono del boom, trabajadora infatigable, Poniatowska ha reparado siempre al débil, al desvalido, la causa justa. En la Facultad de Derecho de Sevilla codirige —con el decano, Alfonso Castro; el profesor Noel Rivas y conmigo mismo— la colección Breviarios Hispalenses, que se honró en editar su opúsculo De Cervantes a Darío (2018). Ahora prepara, a petición de la Facultad, una compilación de textos sobre nuestros exiliados, de María Zambrano a Cernuda, de Garfias a Martínez Pedroso.
Octavio Paz elogió su «arte de escuchar», pero Elena es maestra en el arte de narrar, descubrir y emocionar, reflejando el «México que salvas del olvido», como le escribió J. E. Pacheco. En su última obra, ‘El amante polaco’ (libro I, de 2019, y II, de 2021), inédita aun en España, regresa a sus orígenes europeos buceando en la genealogía familiar de su antepasado Stanisław August Poniatowski, último Rey de Polonia. Muchas veces he compartido mesa y mantel —deliciosos los almuerzos de Martina— con Elena, sus hijos (Mane, Felipe y Paula), nietos y amigos en su casa de Chimalistac, al sur de la Ciudad de México. Elena rubrica sus dedicatorias y mensajes con un «abrazo rompecostillas a la mexicana» y me recuerda a menudo la frase de su querido Octavio Paz: «la felicidad es una sillita al sol». Hoy, cuando su trasiego por el mundo cumple 90 años, le envío un abrazo rompecostillas a la sevillana y saco al sol de esta primavera andaluza una sillita para brindar por el privilegio de su amistad y por el alto honor de su ejemplo literario y moral. Felicidades, querida Elena.
(*) Miguel Polaino-Orts es profesor de Derecho Penal y Vicedecano de la Facultad de Derecho
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