Tribuna abierta
Estoicismo para jóvenes
La vida está llena de dificultades y vivir es prepararse para ellas
Miguel Ángel Robles
Leyendo a los principales autores estoicos, me quedo muy sorprendido de dos cosas. La primera es la gran ascendencia que este pensamiento ha tenido en la formación de toda mi generación. Cicerón, Séneca, Epíctecto, Marco Aurelio: yo no había llegado a sus ensayos, pero sus ... ideas estaban en mí sin saberlo. La segunda ha sido constatar hasta qué punto esas ideas han quedado arrasadas. En apenas dos o tres décadas. Los jóvenes no saben de ellas y los adultos las hemos olvidado o arrinconado. El ‘mainstream’ las ha pulverizado y transmutado por sus opuestas. Veámoslo. La dureza de carácter. Si hay algún signo de identidad del estoicismo, yo diría que es ese. Las primeras máximas del ‘Manual’ de Epíctecto son elocuentes. Levanta la cabeza. Los acontecimientos no deben minarte. Los juicios externos tampoco. Sólo tu patrón de conducta. Cuídate de seguirlo y de no avergonzarte a ti mismo. ¿Desgracias, problemas, zancadillas, humillaciones? Concéntrate en lo que depende de ti. Porque lo que no depende de ti… sí, has acertado, no depende de ti. Y por tanto no puede hacerte daño. No debería.
¿Te han puesto en ridículo delante de toda la clase? ¿Un jefe se apropia de tu trabajo? ¿Un cliente ha dudado de tu profesionalidad? Son experiencias tan comunes como desagradables. Habitúate a ellas. El valor pierde fuelle cuando se escapa por la boca. Sin embargo, esa es la rebeldía a la que nos hemos acomodado. El falso heroísmo del zasca. La réplica ocurrente y el portazo en la puerta. Y con ellos, la renuncia y la huida. El coraje (estoico) que aprendimos de pequeños era muy distinto. Consistía en evidenciar con hechos el error de quienes nos ofendían. «Demuéstratelo a ti mismo, y bastará con eso», afirmaba Epícteco. Abandonar por un cretino, nunca.
La vida está llena de dificultades y vivir es prepararse para ellas. Superarlas nos hace mejores. «La fortaleza no vencida es más fiable que la no atacada, dado que las fuerzas nunca puestas a prueba son dudosas», decía Séneca. ¿Tienes sueños? ¿Quieres vencer en las Olimpiadas?, nos apela Epíctecto desde su tumba. Pues asúmelo: la fama cuesta, y hay que pagar un precio muy alto. Vas a tener que entrenar duro. Vas a tener que levantarte temprano. Vas a tener que trabajar muchas horas diarias. Vas a tener que hacer cosas que no te apetecen en los momentos en que menos te apetecen. Y aun así, aun sometiéndote a la disciplina más estricta, lo más probable es que finalmente caigas derrotado. Puede ser una lesión. Puede ser la mala suerte. Puede ser otro haciendo trampas.
¿Quieres seguir? ¿Estás dispuesto a todos esos sacrificios sin garantía alguna de éxito? Los sueños no se cumplen solos y lo contrario es pensamiento mágico. Esa es, empero, la atractiva mercancía que venden en Netflix y Youtube, con especial ascendencia sobre la juventud. Cree y se hará realidad. Con confianza se logra todo. Nada más importante para el éxito que la autoestima (aunque sea infundada). Educados en las ideas opuestas, los de mi generación fuimos acostumbrados a tener un plan b. Y éramos, por descontado, escépticos y desconfiados de nuestra suerte. Incluso de nuestras capacidades. Puede que no sea lo bastante bueno. Puede que no tenga suficientes cualidades. Puede simplemente que otro sea mejor que yo. Así razonábamos. El antagonismo es absoluto.
No limits? Al contrario. Hacerse adulto significaba, entre otras cosas, conocerse y tomar conciencia de los intereses pero también de las limitaciones personales. «Si asumes un papel que va más allá de tus capacidades, no sólo pierdes el decoro con él, sino que además dejas de lado el que sí eras capaz de desempeñar», nos avisa Epícteto. Y de ese modo discurríamos nosotros. Igualmente, acabados los estudios (o antes, si los dejábamos), teníamos marcada a fuego la obligación de ser útiles. Debíamos dedicarnos a algo. “Aprende un oficio y encuentra solaz en él”, recomienda Marco Aurelio. Hoy la utilidad ha sido reemplazada por la pasión. Todos los mensajes que nos llegan son una conminación a encontrar una dedicación que colme nuestras expectativas. Sólo debemos perseverar en la búsqueda del imposible.
«Ya eres adulto. Si ahora te entregas a la desidia y a la pereza, y pasas de un propósito a otro, y pospones día tras día el momento en que comenzarás a ocuparte de ti mismo, no te darás cuenta de que no haces ningún progreso personal”, nos enseña Epícteto, para luego advertirnos: “de lo contrario te estarás comportando como los niños, que unas veces juegan a los luchadores, otros a los gladiadores, otras a tocar la trompeta y finalmente a ser actores de tragedia”. Hoy se aplaude con estruendo de cornetas y tambores a todo aquel que decide irresponsablemente lanzarse al vacío seducido por la retórica omnipresente del ‘persigue tus sueños’. Aunque quizás ninguna afirmación más contraria al zeitgeist que esta otra, también del filósofo liberto: «No te empeñes en que las cosas sucedan como deseas, desea mejor que las cosas sucedan como suceden». Es decir, si no puedes dedicarte a tu pasión, intenta que tu dedicación te resulte al menos un poco apasionante.
Mucho más cercano al epicureísmo, no quiero con estas líneas levantar un monumento en homenaje a las ideas del estoicismo. Incluso en los autores en los que está más humanizado, desprende un tufillo de resignación y mortificación que lo convierte en una filosofía de vida que, en bastantes extremos, no comparto. Sin embargo, su radical desaparición del espacio público me parece un enorme perjuicio para la sociedad y especialmente para la juventud, cuyos resultados están a la vista de todo aquel que tenga ojos para ver y quiera hacerlo.
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