TRIBUNA ABIERTA
Elogio del Lujo
«Si queréis presumir de cochambre, adelante. Pero sería más coherente que disfrutarais de vuestra modestia del mismo modo que soportáis las hemorroides, es decir, en silencio»
Miguel Ángel Robles
Hable de Mí como quiera el común de los mortales, pues no ignoro lo mal que se habla del Lujo, pero Yo soy el único, sí, el único que, junto con mi hermana la Estulticia, lleno de regocijo a dioses y hombres cuando quiero. Son ... muchas las cosas de las que se me acusan, de las cuales no la más inteligente, ni tampoco la más estúpida, es la de servir a hombres que se creen dioses, presunción esta que no tengo luces suficientes para discernir si es elogiable o censurable, pero que en cualquier caso no hace daño a nadie, pues, como decía un filósofo que me conozco, todo pavo real está convencido de que su cola es la mejor del mundo y la consecuencia de ello es que los pavos reales viven felices y sin hacerse ningún daño.
Así, del mismo modo, Yo provoco contento y hago apacibles a quienes con más o menos asiduidad me frecuentan y particularmente a los que, vanagloriándose de mi compañía, en realidad alardean de sí mismos. Y a fe mía que podría asegurar, y por eso mismo lo afirmo, ante notario si es preciso, que aquellos que no me esconden, y que hacen exhibición de sus cenas en terrazas con vistas despampanantes, sus vacaciones en resorts de cinco estrellas y sus insinuantes baños en piscinas infinities, son acaso más auténticos y menos arrogantes que esos otros que van renegando de Mí, o sea, del Lujo, con exagerados aspavientos, cuando podrían rechazarme de forma mucho más discreta y disfrutar de su cacareada sencillez sin tantos testigos y estruendo de cornetas.
Pero, perdónenme ustedes la expresión, así como no hay ningún cagado que se huela, así tampoco hay ningún detractor del Lujo, o sea de Mi Excelsa Persona, que practique la modestia que ellos recomiendan. ¿Quieren oscuridad y reserva? Podrían empezar por imponérselas a sí mismos, que tienen mucha más razones de esconder los miserables ambientes en los que les gusta solazarse. Siendo mis públicos enemigos tan altaneros, tan escandalosamente modestos (y molestos), cómo pueden pretender que sean prudentes y discretos aquellos que por Mí suspiran y que siendo Yo el objeto de su deseo no puedo decir que se equivoquen.
No, no voy a negar que a veces me salen pretendientes muy horteras, de esos que me gustaría mantener alejados a decenas de kilómetros, pero si así ocurre es precisamente porque me he hecho más democrático, que, miren ustedes por dónde, es de lo que presumen aquellos que más me vituperan, y si bien es cierto que mi propia naturaleza me inclina hacia las llamadas rentas altas, no lo es menos que nunca he sido tan asequible para el pueblo. Por esa razón, y no otra, en efecto se me ve a veces en tan lamentables compañías: porque han quedado superados aquellos tiempos pretéritos, que a veces añoro, a qué mentir, en los que Yo era, parafraseando a una que no es filósofa pero para el caso es lo mismo, la expresión del buen gusto, un privilegio de cuna del que solo gozaba la nobleza.
Vengo a decir con todo esto, y perdónenme los circunloquios, que de igual modo que hay una forma de esnobismo basada en el disfrute ostentoso del Lujo, o sea, de Mí mismo y mis encantos, hay otra forma de tontería y presunción social, no menos enojosa, ni ridícula, ni desde luego ordinaria, que consiste en exhibirse en ambientes mohosos, haciendo pública manifestación de fe a la cerveza sobre vaso lleno de muescas no ya como forma de ocio suprema, sino como fuente de la más auténtica felicidad y profunda sabiduría interior. Añadiré, para que se me entienda, si es que no se me ha calado ya, que, en lo que se refiere a mal gusto y afectación, el selfie con la copa de balón que mis incondicionales más babosos suelen hacerse cuando me presento rodeado de hermosas vistas tiene un duro, durísimo, competidor en ese otro tipo de autorretrato que tiene como escenario de fondo un bar desastrado y sudoroso de grasa. Idéntica exhibición hay en una fotografía y otra. Y si en la primera hay un farolero sacando pecho conmigo, en la segunda hay otro simétricamente rumboso pavoneándose con mi antagonista fea, que no es la Humildad, sino la Falsa Modestia, no la Sobriedad de Espíritu sino la Debilidad Moral, esa flaqueza de ánimo de quienes sucumben a la presión ambiental de lo políticamente correcto.
En resumen de todo lo cual, a todos mis vulgares y nuevos ricos seguidores yo os digo: Ego te absolvo. Vuestra devoción me emociona. Os comprendo porque sé bien cuán irresistible puedo llegar a ser, sobre todo para aquellos que venís de abajo. Y en cierto modo me conmueve que queráis daros brillo con mi compañía. Por el contrario, a los que os regocijáis con vuestro ascetismo lúdico, sacándoos lustre por contraste a los cutres ambientes que frecuentáis, permitidme que os diga: estáis en vuestro derecho, pero, por favor, no seáis fariseos. No señaléis en el ojo ajeno le pestaña que luce como viga en el vuestro. Si queréis presumir de cochambre, adelante. Pero sería más auténtico y coherente que disfrutarais de vuestra contención y modestia del mismo modo que soportáis las hemorroides, es decir, en silencio. Y, sobre todo, dejad de perseguirme. Dejad de hostigar a mis admiradores con espíritu inquisitorial. No hago daño a nadie. Y, aunque pueda pecar de vanidad, pues va en mi naturaleza, diré que no sólo contento y placer causo, sino también riqueza y empleo. Y, una cosa más con la que acabo, y que sé que os causará profundo resentimiento y jodienda: esa Sevilla que pretendéis vuestra me busca, me mira y me desea.
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