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CARDO MÁXIMO

Más niños

Antaño era la lucha de clases y cuando ese motor de la utopía marxista se gripó se ha pasado a la guerra de sexos

Julita Salmerón, el pasado sábado, en la gala de los Goya junto a su hijo, Gustavo Salmerón AFP PHOTO / GABRIEL BOUYS
Javier Rubio

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Siguiendo la gala de los Goya del sábado pasado, la única película que me entraron ganas de ver fue la que se llevó el premio al mejor documental, «Muchos hijos, un mono y un castillo». Su protagonista, la simpar Julita Salmerón, me pareció la persona ... más auténtica de cuantas subieron al escenario. Porque no se daba ninguna importancia o se daba tanta —a distancia es imposible calibrarlo— que no lo aparentaba. Había tantos encantados de conocerse y que se creían tan importantes, que todo sonaba a falso, a hojarasca desparramada que sólo suena cuando cruje bajo la suela del zapato. Estaban los que saludaban en la lengua de su terruño con la misma unción con que Armstrong pisó la Luna, con esa displicencia que nos condena a los que sólo usamos el castellano a no ser otra cosa más que españoles mientras ellos pueden elegir, qué majos. Y estaban los que te largaban el discursito de marras como si los que estábamos en casa aguantando el tostonazo tuviéramos en nuestra mano igualar el caché de las actrices protagonistas con el de sus «partenaires» masculinos.

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