Marinaleda
España no es todavía Marinaleda, pero aquel régimen de totalitarismo rural no parece ya tan anacrónico
Mis primeros pasos en el periodismo coincidieron con una campaña de movilizaciones del SOC cuya cobertura me adjudicó mi jefe no por mi destreza profesional, sino por ser el último en llegar a la redacción. El trabajo implicaba sumarse a las acciones sorpresa de los ... jornaleros, normalmente ocupaciones de edificios públicos a primera hora de la mañana, así como engorrosos desplazamientos a Marinaleda para seguir las asambleas populares y, cuando la detención de Sánchez Gordillo parecía inminente, para hacer guardias ante la casa del líder jornalero. Aquella experiencia me permitió conocer por dentro el singular universo de la localidad sevillana, un microcosmos de comunismo puro que resultaba fascinante por lo estrambótico. Marinaleda se antojaba como un Jurassic Park político que recreaba los sistemas totalitarios de la primera mitad del siglo XX: un líder mesiánico controlaba a unas masas aborregadas utilizando una retórica populista cargada de proclamas y amenazas. Pero Marinaleda inspiraba más ternura que miedo, porque era un pequeño municipio insignificante y porque su desvarío dictatorial era anecdótico en un país en el que la democracia parecía más que consolidada.
Pero un cuarto de siglo después el recuerdo de aquellos días lejanos ya no me resulta entrañable. Más bien acongoja, porque se ven cosas en la política española que empiezan a recordar a aquel delirio absolutista. Marinaleda era desprecio por las instituciones públicas -los plenos municipales no se convocaban y las decisiones se tomaban en asambleas populares dominadas a placer por el alcalde-; era control de los medios de comunicación -sólo existía un medio público en el que Sánchez Gordillo hacía largos soliloquios, al estilo del «Aló presidente» de Hugo Chávez-; era control de los medios de producción -el Ayuntamiento se apropió de la principal finca del municipio-, era persecución de la Iglesia -«en Marinaledea no tenemos cura, gracias a Dios», decía el alcalde-; era solidaridad con los independentismos y era sobre todo una estrategia de perpetuación en el poder, como demuestran los cuarenta años de Sánchez Gordillo en la Alcaldía, donde continua aún hoy a pesar de sus problemas físicos.
España no es -todavía- Marinaleda, pero con el actual Gobierno aquel régimen de totalitarismo rural ya no parece tan anacrónico en el paisaje político español. Este ejecutivo que controla las instituciones, empatiza con los separatistas, amenaza a medios de comunicación y cuyos ministros dicen que no se van porque han venido para quedarse parece buscar inspiración en lo que hace 25 años parecía el insólito vestigio de un pasado ya superado. Sí, Marinaleda era Jurassic Park, pero al igual que en la película los dinosaurios se han liberado.
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