TRIBUNA ABIERTA
Los pilares de la educación en Andalucía para el siglo XXI
No es de recibo que en los últimos 15 años todos los informes de evaluación de nuestra educación no universitaria coloquen en la cola a los alumnos andaluces
Manuel Alejandro Cardenete
Aunque aún no poseamos la perspectiva histórica, tengo claro que el cambio de milenio y siglo no se produjo el 1 de enero de 2001: se produjo el 14 de marzo de 2020. El nuevo paradigma se ha producido por la pandemia sanitaria provocada por ... la COVID-19. La digitalización, el teletrabajo, la movilidad, el cambio de modelo energético… Todo se ha precipitado por este terrible acontecimiento.
En este contexto de cambio, la educación se tiene que repensar. Y no hablo de una nueva ley en materia educativa como es la LOMLOE, cuyo currículo tenemos que integrar ya para el curso que viene, pues otros muchos aspectos como escolarización, evaluación, promoción y titulación, entre otros, ya se han tenido que implementar. Ni tampoco de la nueva Ley para la Formación Profesional, recientemente aprobada también por el gobierno de España. Me refiero a la adaptación a la nueva sociedad y nuevo mundo laboral que se están precipitando.
Desgraciadamente nunca ha existido un consenso a nivel estatal que haya permitido dar estabilidad y visión de largo plazo al sistema educativo. Estuvimos muy cerca en dos ocasiones de conseguir ese pacto de Estado: la primera vez con el ministro socialista Ángel Gabilondo y una segunda vez con el ministro popular Iñigo Méndez de Vigo. En este caso, el pacto se rompió en plena elaboración del dictamen tras haber comparecido decenas y decenas de expertos. Tal fue su voluntad de conseguir un acuerdo que paralizó la implantación de la LOMCE mediante RDL hasta que se llegase a él. La entrada de Sánchez a la secretaría general del PSOE dinamitó todo y una convocatoria electoral acabó de rematarlo. Y de esos barros, estos lodos. Doce años después, dos leyes educativas más, y ya van ocho en 40 años de democracia. Pero como de la necesidad hay que hacer virtud, estas leyes que he comentado podrían servirnos como palanca para ese cambio, incluyendo en el medio plazo la oportunidad que ofrezca la nueva Ley de Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) y que está en ciernes.
Centrándonos en la educación no universitaria, apuesto por dos grandes pilares sobre los que pivote el desarrollo de nuestro sistema educativo. Por un lado, el incremento del nivel formativo de nuestros niños. No es de recibo que en los últimos 15 años todos los informes de evaluación de nuestra educación no universitaria coloquen en la cola a los alumnos andaluces. Ahí tenemos el informe PISA, que elabora la OCDE, donde estamos, por ejemplo en matemáticas, a 22 puntos respecto a la media de la OCDE y 20 puntos por debajo de la media española. Aunque ha habido algunos avances en la última década, como en comprensión lectora, que mejoró 18 puntos entre 2009 y 2015, la evolución es pobre e insuficiente. Aún hay mucho que hacer y, para ello, no hay que inventar nada, solo mirar lo que han hecho otros países e incorporar en los currículos más matemáticas, más lengua, más inglés, más asignaturas vinculadas con las nuevas tecnologías, y todo ello sin olvidarnos de la historia y de la filosofía. Nuestra vecina Portugal, a la que tanto nos parecemos en dimensión tanto física, como en población o PIB, escaló 44 puestos en el informe PISA en la pasada década. ¿Cómo? Fijando objetivos ambiciosos, con un currículo estructurado y creciente en conocimientos, con una política intensiva de refuerzos y con una evaluación permanente del sistema educativo. Todo ello con la excelencia como referencia. Eso sí, sin dejar a nadie atrás.
Y como segundo pilar, la apuesta definitiva por la Formación Profesional, ya sea la tradicional o la dual. Si en Andalucía la tasa de paro juvenil está ligeramente por debajo del 40% y la FP no llega al 12% de la población juvenil, en Alemania los indicadores están absolutamente invertidos: el paro supera ligeramente el 10% y el 40% de los jóvenes está desarrollando programas de FP de la mano de las empresas.
A estos dos pilares habría que unir otras cuestiones como el desarrollo de la inteligencia artificial y los entornos virtuales de aprendizaje, con herramientas de machine learning y big data que deberán integrarse en los procesos educativos; la internacionalización de la educación, no solo en la superior, sino en las enseñanzas no universitarias (Erasmus+); la certificación del conocimiento basada en competencias con una oferta educativa más flexible; convertir los centros en hubs educativos y aulas abiertas y, finalmente, una evaluación enfocada a la mejora continua del aprendizaje.
Todo esto nos haría ser disruptivos y preparar a Andalucía y a nuestros niños y jóvenes para las necesidades reales del siglo XXI. Los fondos europeos extraordinarios son una oportunidad que no debemos perder. Y no podemos demorar ese cambio. No nos lo perdonaríamos nunca.
(*) Manuel Alejandro Cardenete es consejero de Educación y Deporte en funciones
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