Una Andalucía centrada

El partido socialista, bajo el liderazgo de sus dos primeros presidentes, Escuredo y Borbolla, supo interpretar la realidad sociológica andaluza y puso en marcha políticas de modernización de una realidad como era la existencia de un millón y medio de analfabetos, la desestructuracion y falta de transversalidad de sus infraestructuras y una mano de obra esencialmente agrícola amenazada por la progresiva mecanización del campo. No defraudaron a los andaluces que habían luchado, para conseguir su autonomía, contra el trato privilegiado que los constituyentes habían dado a las llamadas nacionalidades históricas, volteando todas las expectativas en un referéndum autonómico con unas exigencias jamás salvadas por ninguna otra región española.

La gestión moderada de ambos presidentes tenía una componente socialdemócrata, de hondo contenido proteccionista como garantía de una paz social para llevar a cabo las reformas necesarias. El PSOE supo hacerlo hasta que institucionalizó la compra de voluntades como sistema de mantenimiento del poder. Defenestrado Escuredo y después Borbolla, el socialismo andaluz tuvo como objetivo principal la ocupación del entramado social, paralizando el emprendimiento y las inversiones productivas y degenerando en un régimen casi de partido único, al estilo del PRI mejicano o del Peronismo argentino.

La consecuencia fue el cambio andaluz y la protesta socialista al mismo fue impropia de un partido de gobierno en las democracias parlamentarias. Ello significa que, agotada la vía del primer PSOE andaluz, la modernización de Andalucía ha girado hacia un reformismo menos intervencionista que facilite la formación de capital económico y humano, desde la moderación y el cambio de base liberal y poco dogmático propio de políticas centristas con las que el ciudadano andaluz va sintonizando.

Tampoco debió ser ajena al cambio andaluz la conducta del sanchismo, tan ajeno al PSOE de la Transición que jamás hubiera gobernado con comunistas y separatistas, el cual enreda, con ese lenguaje de trapo que, para entretener y engañar al electorado, busca en una palabrería hueca y grandilocuente la forma de dar el timo que lo habilite para hacer lo único que persigue: actuar sin barreras ni controles.

Romper la inercia de una administración ocupada por un régimen intervencionista es tarea que requiere templanza porque, normalmente, este tipo de regímenes dejan muchas trampas en el camino de la normalización. Por ello es acertada la conducta seguida por el gobierno del cambio andaluz, haciendo las reformas con la mayor de las cautelas, pero siempre con una finalidad inequívoca: modernizar Andalucía desde el reformismo y la recuperación de valores que dignifican a las personas y hacen grandes a los pueblos. No se buscan fieles; se promueven personas y emprendedores en el sentido más liberal y progresista del término.

Andalucía debe prepararse para una era en la que, como dice la economista del FMI Gita Gopinath, «el crecimiento económico, por sí solo, no va a solucionar los problemas». Porque para crecer en términos de bienestar será necesario acometer problemas derivados de la estructura económica andaluza, muy dependiente de los servicios y del turismo, y con una base de pequeñas y medianas empresas que necesitarán un reforzamiento de capital y un aumento de productividad.

El gobierno andaluz del cambio parece tener claro que la digitalización es fundamental para el aumento de la productividad, y en esa línea van muchas de sus políticas. De igual modo debe ser consciente del problema de la deuda empresarial cuando se retiren las ayudas, por lo que tendrá que facilitar liquidez a las empresas a través de avales públicos si fuera necesario. Lejos de utopías que lastrarían la recuperación, las relaciones laborales, en vez de derogarlas, profundizarán en la línea de flexibilidad introducida por la reforma de 2012, lo cual es bueno para la estructura empresarial andaluza, que deberá complementarse con mayor formación para mejorar el capital humano. Por último, el marco fiscal debe ser creíble a medio plazo, apoyando a familias y empresas y evitando el despilfarro.

Lejos de aquella Andalucía de los caciques, que la izquierda utilizaba para descalificar a sus adversarios, el centroderecha responde con fidelidad a las inquietudes mayoritarias de los andaluces. En dos años, una Administración solvente ha sacado a Andalucía de la categoría de bono basura en los mercados financieros, habiendo cerrado una emisión de deuda en los mercados internacionales mediante bonos sostenibles con una demanda de casi tres veces lo adjudicado. La línea de moderación que marca el presidente Juanma Moreno, es la imagen de una Andalucía que ha renunciado a sus demonios familiares.

LUIS MARÍN SICILIA ES NOTARIO