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El jovencito Frankenstein

A Rajoy le han hecho la Doble Nelson y a Rivera la 13-14. Y todo con la firma de aquellos a los que les acababan de dar lo indecible

Pedro Sánchez, durante el debate previo a la moción de censura AFP PHOTO /
Carlos Herrera

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Menuda tarde la de ayer. Que si Rajoy se va, que ni de coña, que el canario puede no votar a favor, que el presidente ha ido a Zarzuela, que la mujer de Aitor el del Tractor ha inclinado la balanza, que Sánchez no quiere ... saber nada de un gobierno de coalición con Podemos, que los barones del PSOE están que echan las muelas… Todo fueron conjeturas hasta que los aprovechateguis vascos dijeron que estaban por la labor de llevar al jovencito Frankenstein a la Presidencia del Gobierno. Era la confirmación a un derrumbe absurdo pero perfectamente descrito en la tradición española: hacer del más insospechado poco menos que una referencia merced a carambolas circunstanciales. Son las siete y media de la tarde, y a estas horas, cuando escribo este suelto, Pedro Sánchez, líder de un grupo de ochenta y pocos diputados, puede acostarse creyéndose presidente del Gobierno de España. Le apoya, como dice Rosa Díez, todo un selecto grupo de enemigos de España, los siervos de Puigdemont, los Rufianes, los «compromises» y los hijos de Otegui, que son quienes que van a dar las llaves de Moncloa al líder socialista. Como escribe la política vasca: «si la regeneración democrática que propone Sánchez consiste en ir de la mano de terroristas y golpistas (corruptos hasta la médula) es hora de recordar a Camus: en política los medios han de justificar el fin». Que poco podían imaginar todos que Sánchez, dado por muerto en su día, ganase las primarias de su partido después de fracasar en una investidura y pueda ser hoy presidente del Gobierno de España mediante la carambola que ha propiciado una sentencia política. Son cosas que pasan. ¿Qué especial regocijo experimentará hoy el juez De Prada después de darse el gusto de exteriorizar su falta de imparcialidad? A cualquier otro magistrado le costaría una recusación (los mismos vocales del CGPJ que votaron para que Prada siguiera en las vistillas de prisión se opusieron a que la juez Alaya estuviera un minuto más en los ERE cuando pidió cambio de destino en la Audiencia de Sevilla), pero a De Prada le sale absolutamente gratis: una frase absolutamente excesiva e inopinada en una sentencia de mil y pico páginas (debidamente extraída y divulgada a los pocos minutos de ser redactada) ha servido para desencadenar un proceso en lo que lo de menos es la propia sentencia.

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