Cardo máximo
Líbrame, Señor
De acapararte con la mirada, de rezarte como Padre mío y no de todos, de encerrarte entre los muros de tu basílica o los pliegues de mi corazón como un tesoro escondido guardado con avaricia
Señor del Gran Poder, lirio tronchado, junco vencido bajo el peso del árbol de la cruz, cedro del Líbano inabatible, palmera coronada de espinas con la savia coagulada sobre el rostro vejado, quercus rotundo que asombras a los que llegan castigados lo mismo por el ... implacable sol de justicia que por la inclemente lluvia injusta, roble en que se conserva el mejor vino que es tu sangre, caoba negra de las noches oscuras, palo santo del que cuelgan mis aflicciones, líbrame del orgullo de estar a solas contigo, de acapararte con la mirada, de rezarte como Padre mío y no de todos, de encerrarte entre los muros de tu basílica o las paredes de mi corazón como un tesoro escondido guardado con avaricia, como luz oculta bajo el celemín.
Líbrame, Señor, de preservarte de las miradas inocentes de los que nunca te han visto, de las ráfagas de quien se conforma con entreverte de lejos, del vistazo de quien no sabe cómo actuar y se queda absorto o del que sólo quiere quedarse con una instantánea que nunca volverá a mirar en el teléfono. O sí. Sólo tú, Señor, lo sabes. Líbrame de hacerte mío y sólo mío, de velar más por la salud de tu talla que por la de las almas que se te rinden, de cuidar más de los pliegues de tu túnica que de los del corazón encogido por un sufrimiento que sólo tú conoces, Señor. De esconderte del viento del otoño y del sol de noviembre, de las velas que te ahuman el rostro extinto, de las flores que aroman tu presencia y del incienso que asciende enredándose en tus manos, aferrándolas, sin posibilidad de soltarse, al leño que portas por amor.
Líbrame, Señor, del prurito de ser un entendido, de entender algo aunque sea muy poco de cuanto sucede en torno a tu imagen poderosa; de mirar por encima del hombro a los que no saben rezarte e improvisan una súplica bañada en lágrimas; de sentirme escogido porque llevo la última frontera en la ropa o en los zapatos relucientes; de considerarme a salvo de que crujan los adentros cuando te sostengo la mirada; de pensar que conmigo no va tu andar silencioso, tu pasar callado sin hacer ruido, tu prisa por dejar atrás las muchedumbres; de creerme con algún derecho a opinar de lo que hacen tus hermanos de cuota; de tenerme por ameritado; de despreciar la gracia con mis propios esfuerzos, mis propios logros. Líbrame, Señor, de la pedantería de perorar con medias palabras y de la soberbia de rematar con la otra mitad.
Señor del Gran Poder, líbrame de la vanidad presuntuosa de mirarte cara a cara, de seguir mi propio camino sin acompañarte en el tuyo, de hacer de mi capa un sayo sin compartirlo con el que no tiene ninguno, de hablar mucho y decir poco, de buscar el aplauso y desvivirme por el halago, de usar tu imagen con cualquier pretexto, de tomar en vano tu nombre y de matar la esperanza. Líbrame, Señor, de mí mismo, que solo no puedo.
Noticias relacionadas
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras