Cardo máximo

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En Sevilla, el cartel de Manolo Cuervo y el azahar naciente nos anuncian que esto ya está aquí. Y esta vez va en serio

A Manolo Cuervo, de larga trayectoria artística desde aquellos carteles de jazz en Sevilla de mediados de los 80, hay que aplaudirle que no se haya traicionado a sí mismo como les sucede a muchos pintores afectados por el mal de altura de un encargo ... que excede de sus posibilidades y acaban entregando una pieza contradictoria con su estilo pero del agrado del que la encargó. O sea, un fiasco en toda regla. Con el cartel de Semana Santa de 2022 no ha sucedido nada de esto y hay que felicitar al artista por ello sin darle demasiada importancia a lo que expresan los gustos personales: cada uno tiene el suyo, ¿no? A quienes dan palmas con las orejas como si con este lienzo irrumpiera la contemporaneidad en la Semana Santa, habrá que hacerles ver que el pop-art en torno al que Cuervo ha construido su obra personal tuvo su momento de esplendor hace ya algunas décadas, lo que pasa es que en el asunto de la creación semanasantera hemos padecido tantos retratos de monaguillos decimonónicos –como si Grosso no hubiera pintado nunca el suyo– y tantos retruécanos de jeroglíficos traspapelados –como si Valdés Leal no hubiera pintado nunca los suyos– que Cuervo nos parece el no va más. Quizá lo más rabiosamente actual sea la bandada de 'haters', sin entender nada, poniendo a caer de un burro al artista por hacer lo que ha hecho siempre.

Entre tanto, la naturaleza ha querido ir componiendo también su cartel anunciador de esta resurrección vital que se intuye para la próxima Semana Santa. Los naranjos se han lanzado a florecer con inusitada precocidad, como si no pudieran aguantarse más y los botones de azahar han empezado a saltar la reja del follaje con su blancor en estampida. En realidad, la floración se ha anticipado por las altas temperaturas de este febrero sin lluvias, pero el recurso a la fenología es mucho más prosaico que la explicación metafórica. Sea cual sea la que el lector elija, lo cierto es que esos brotes en ciernes son un anuncio anticipado de lo que ha de venir. Y esta vez va en serio. Después de dos años en el exilio de la nostalgia, refugiados en el sentimiento de la rememoranza, nos toca volver a vivirlo. No seremos los mismos –ay, a cuántos vamos a echar de menos–, pero eso aumentará el disfrute: será como la primera vez fue, con esa mezcla de estupefacción y desconcierto con que se experimentan el estreno del dolor y del gozo.

La otra noche, con el perfecto disco del satélite encendido sobre el horizonte de la ciudad, estábamos a sólo dos lunas llenas de la Semana Santa. Pensar que todavía nos queda por delante un plenilunio antes del equinoccio no deja de ser un capricho de la astronomía. En Sevilla, el cartel de Manolo Cuervo y el azahar naciente nos anuncian que esto ya está aquí. Aunque haya que esperar.

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