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El 28-F y la nación igualitaria

En su voluntad de ser más que nadie, los nacionalismos nunca han digerido la autonomía plena de las demás comunidades

Ignacio Camacho

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Cuando Andalucía se plantó, hace hoy cuarenta años, contra la asignación de una autonomía de segunda clase, fue por un sentimiento de agravio y de ultraje que empujó a un pueblo de tradición conformista a levantarse para decir, por métodos democráticos legales, que no estaba ... dispuesto a ser menos que nadie. (Por cierto que las condiciones de aquel referéndum no las superarían hoy los separatistas catalanes: mayoría absoluta en cada provincia contada sobre el total del censo, no de los votantes). Aquella sacudida social que comenzó a cavar la tumba política de Suárez sirvió para desactivar una España de dos velocidades y creó un modelo territorial igualitario que ha funcionado con éxito aceptable a pesar de su posterior desparrame. Los nacionalismos nunca digirieron bien que el autogobierno fuera accesible a otras comunidades; su actual designio de desmembración no es más que la expresión de una voluntad supremacista de vivir aparte para proteger privilegios particulares. Lo sorprendente es que el partido que lideró aquel combate por una nación de ciudadanos sea el que ahora, bajo el liderazgo de Sánchez, se preste a un nuevo chantaje que en el mejor de los casos puede desembocar en un Estado de estructuras confederales.

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