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PÁSALO

Montaña de esmeralda

Cleopatra también se hubiera vuelto loca en los escaparates de Tiffany

Félix Machuca

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Los pedruscos verdes que volvían loca a Lolia Paulina, una de las mujeres de aquel perturbado llamado Calígula, el que le declaró la guerra al mar y obligó a sus legionarios a llevarles al Senado un botín de conchas marinas, procedían de Mons Smaragdus. Las ... que Livia, la mujer del gran Octaviano, se hacía colgar de su cuello, también tenían el mismo origen. Como las que, tan graciosa como garbosamente, introducía Vivía Sabina, la brava mujer de Hadriano, entre sus complicados artificios de peluquería. Todas ellas, como otras tantas señoras de las élites de la Roma altoimperial, se volvían locas por las esmeraldas y, haciendo un forzado ejercicio de traslación histórica, no me hubiera extrañado verlas, con sus narices pegadas al cristal del escaparate de una joyería de Bogotá. Como hizo Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes para calmar su ansiedad relajándose, por horas, delante de Tiffany en V Avenida. Esas esmeraldas procedentes de Mons Smaragdus, que literalmente significa montaña de esmeralda, colmaron los gustos más caprichosos de la ostentosa y lujosa aristocracia romana. Cleopatra se desvivía por ellas. Como Faustina Minor, la mujer de Marco Aurelio, que no le perdonó al filósofo que las sacara a subasta pública para afrontar la guerra del norte. Las minas se mantuvieron en explotación hasta el siglo VI d.C.

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