Aníbal y la señora despistada
Yo creo que hay seres queridos que se fueron pero siguen entre nosotros
En unos periódicos dominados por Ómicron y sus malditas consecuencias, repicando campanas por una reforma laboral y entretenido en el mercado de fichajes del mercado de invierno, nos encontramos con dos perlas propias de estas fechas, con almíbar y cidra rellenando el hojaldre de la ... noticia. Es posible que crean que pasan desapercibidas. Pero no es así. Aníbal, al menos en este periódico, ha sido la noticia más leída, la que ha conmovido más los corazones oxidados de la gente, la noticia que, sin dudarlo, nos ha aguado los ojos. Quizás los periodistas nos hemos vuelto sordos y ciegos y estamos empeñados en no oír lo que nos gritan y en no ver lo que la vida hace moverse a nuestro lado. Pero las historias humanas nos siguen interesando tanto o muchísimo más que una bronca parlamentaria o un mangazo insoportable por parte de los amigos de los amigos que manejan el dinero público. Hemos visto tantas veces ese bucle político que ya lo codificamos dentro de la normalidad. Y hacer normal una fechoría no deja de ser una alarmante manifestación de peligro.
Pero les hablo de Aníbal, ese chico del Arahal que, empujado por la fe en los Magos de Oriente, escribió una carta a sus majestades y la buzoneó en su pueblo. En la carta iban cuatro euros de sus ahorros y una petición de auxilio para remediar su compañía: un husky siberiano que probablemente tendrá toda la cara de un dibujito de la factoría Disney. Cuatro euros y un sueño. ¿No les parece enternecedor? Avisaron a su padre de la singularidad de la carta. Y una ciudadana, anónima y perteneciente quizás a la delegación mágica de los reyes orientales en El Arahal, le ha hecho llegar a Aníbal la buena nueva de que tendrá su husky siberiano. La única condición puesta es que se le respete el anonimato. Los niños podrían enterrarla en sueños escritos con la perfecta inocencia de una caligrafía de parvulitos. En los periódicos deberíamos tener, déjenme que sueñe, una sección para casos humanos con finales felices. Que indague y olisquee en los asuntos del corazón ajenos al plató de a tanto la lágrima. Unos redactores expertos en equilibrar un producto donde rebosa la burundanga de la desmemoria política, la sal de la hipertensión social y la angustia de un tiempo en cambio que nos lleva a vivir la irrealidad como un amanecer tecnológico en plena ola medieval. Lo de Aníbal es tan humano que nos descubre a nosotros mismos.
En Madrid, una señora mayor, que olvidó el pin de su tarjeta y no tenía con qué pagar la compra en el súper, aturullada por sus años y por la deslealtad de la memoria, comprobó cómo otro anónimo le pagaba la bolsa donde llevaba sus quesitos, pechugas de pollo, garbanzos y el pan nuestro de cada día, cada vez más escaso. Yo creo que los ángeles existen. Que los hay del infierno. Y los hay alados y reencarnados en personas anónimas que hacen su trabajo sin horas. Yo creo que hay seres queridos que se fueron y siguen entren nosotros para mover voluntades y que Aníbal tenga su husky y la señora del súper la mano pagadora que alivie su desmemoria. Yo creo que entre tanto hijo de puta siempre brilla una luz que ilumina nuestro rostro más humano…
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