#Ebriedad

Alcibíades definió a Sócrates como un sileno, uno de los seguidores ebrios de Dionisos. Sin embargo, en El Banquete de Platón, es Alcibíades quien aparece completamente borracho, pidiendo que le llenen el vaso, y también el de su maestro, intentando que alcance su nivel. Sabe que es en vano, pues Sócrates, reconoce el pupilo, «beberá cuanto se le pida y nunca se embriagará».

Tuve que trabajar el miércoles de Feria. Atravesar los aledaños del recinto ferial de madrugada fue una experiencia impactante. Por un instante imaginé que había sido transportado a una película zombi. Ese día, un amigo me envió por whatsapp el enésimo vídeo de peleas en casetas. «Qué mala bebida», comentaba.

Ahora que los masters se venden baratos, convendría que alguien promoviera un Master sobre Alcohol y Urbanidad. En el master, claro, «El Banquete» debería ser de estudio obligado. Y especialmente el concepto, también acuñado por los griegos, que está en la base de todo: la sobria ebrietas, la capacidad de gozo sin caer en la necedad.

En un país que le debe tanto al vino, resulta frustrante que la única medida que se plantee sea prohibir. Más bien habría que educar en la bebida: comprender, como decía Montaigne, que la ebriedad es un relajo para el alma. Claro que el alma, como el buen vino, también hay que cultivarla. Quizá, antes de educar en la bebida, sea preferible, sin más, que haya educación. Me temo que esa la llevamos puesta antes de llenar el vaso.