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Premio Gordo

Desde que la conozco, mi mujer ha sido siempre una incondicional del sorteo

Daniel Ruiz

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Andaba pachucho el día de la Lotería -no, finalmente no es Covid: debo ser de los pocos que han enfermado en estos días de algo que no sea el virus- y me quedé en casa. Aproveché la tregua de la fiebre para intentar adelantar un ... poco de curro con el portátil en el salón. Allí estaba desde muy temprano, bien plantada delante de la tele, Espe, mi mujer. Desde que la conozco, hace ya más de 25 años, siempre ha sido una incondicional del sorteo. Lo hemos visto juntos algunas veces, pero es complicado que coincidamos. Esta vez, sin embargo, pude disfrutar junto a ella de una de las ceremonias navideñas que más le entusiasman: seguir el sorteo con los números que juega bien cerca, anotados en un papelito, mientras da sorbitos a una palomita de anís. En realidad no es una palomita, sino varias, porque conforme los premios van saliendo, se va animando: en lugar de sentirse desesperanzada, los efluvios de La Castellana la van poniendo más contenta. Y para cuando llega el Gordo, aunque no haya ganado ni lo metido, se siente completamente feliz, y con unas chapetas fantásticas en las mejillas afirma ilusionada que para el año siguiente será.

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