QUEMAR LOS DÍAS
Nosce Te Ipsum
Desde que se había separado de su mujer tres años atrás, no había recibido ningún regalo
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Iniciar sesiónEl mensajero de Amazon llegó, como de costumbre, sudoroso y acelerado. Dejó el paquete apenas él abrió la puerta y se esfumó. En efecto, ponía su nombre, Gabriel Rojas Cuerdo, pero no recordaba haber pedido nada en Amazon en los últimos dos meses. Resultó ser ... un teléfono móvil, de un modelo sofisticado, y antes de desenvolverlo del todo sintió un escozor de cautela. Desde que se había separado tres años atrás, no recordaba haber recibido ningún regalo. Para la tecnología, además, era un desastre: seguía conservando el mismo móvil desde hacía diez años, que tras varias reparaciones había resistido sorprendentemente a la obsolescencia programada. Así que no lo pensó más. Podía ser, claro, una equivocación, pero bastaría con negar la mayor: si Amazon la había fastidiado, que Jeff Bezos apechugase.
Era un buen modelo, memoria interna de 256 GB, pantalla de 6,7 pulgadas, resolución HD. De inmediato trasplantó su tarjeta SIM y lo encendió. Qué calidad de imagen, qué nitidez en los sonidos, era como conducir un Ferrari. De algún modo, se sintió distinto, elevado, como una versión mejorada de sí mismo. De hecho, en los selfies, gracias a su estupenda cámara, parecía rejuvenecido. Tuvo la tentación de telefonear a su exmujer para contárselo, pero en el último momento desistió. Como le había prescrito su psiquiatra, debía eliminarla definitivamente de sus pensamientos.
Estaba amodorrado a la hora de la siesta, cuando sonó el teléfono. «¿Gabriel?», preguntó una voz masculina. «Sí, soy yo», contestó él. «¿Quién eres?». «¿No sabes quién soy?», dijo la voz. «¿O es que prefieres no acordarte?». «Lo siento», replicó él, incorporándose en el sillón, «pero ahora no caigo». «Pues caerás muy pronto, y del todo» —la voz del otro lado se volvió áspera, determinante—. «Tienes hasta esta noche a las doce para devolverme el dinero», concluyó, antes de colgar.
Corrió a la basura, en busca del envoltorio del celular. Sí, ponía su nombre, no había error. Pero él no debía dinero a nadie. Inmediatamente, apagó el nuevo móvil. Se trataba, estaba claro, de una confusión. Con toda seguridad, habría otro Gabriel Rojas Cuerdo que fuera cliente de Amazon. Tomó el teléfono fijo para llamarlos; tenía que devolver el aparato. Pero contactar con Amazon era imposible: enseguida se perdía en una maraña laberíntica de mensajes robóticos de voz que parecía únicamente concebida para hacerlo desistir.
Con el teléfono fijo en la mano, como una idea estúpida, se le ocurrió: marcó el número de su propio teléfono móvil. Esperaba encontrarse con el mensaje habitual de teléfono apagado o fuera de cobertura, pero en su lugar escuchó la señal de llamada, y tras tres tonos una voz. La voz respondió «¿Diga?». Dejó que siguiera preguntando “diga” varias veces, absolutamente sobrepasado por la seguridad de que quien estaba al otro lado del teléfono era Gabriel Rojas Cuerdo.
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